Hay costumbre en las aldeas, los pueblos, las ciudades pequeñas -la mía-, quizá porque no es nada conveniente que demasiada gente se conozca tanto, de matar al villano de cualquier triste historia sin ningún juicio previo.
Villano que ya no es el cacique de siempre, malo sólo por excelencia, sino aquel inimaginable que provoca exclamaciones tales como: “Noooo me digas”, “Virgen Santísima, eeeese”, “Me lo estás contando, hija, y noooo me lo creo”, “Jesús, jesús, jesús”.
Inimaginables, tratados hasta el mismo instante de su desvelamiento, como amigos del alma, vecinos de toda la vida, o gentes que, conocidas y no del todo, eran dignas de toda confianza.
Desatada la tormenta, bien acomodado el fulano en la boca de sus ojos, en los cuchicheos a su sombra, en su despelleje a lo vivo, en sus cuchilladas a ciegas, sólo les quedará, pasado un tiempo, recoger la ceniza de sus huesos.
Es así.
Los rumores suelen dispararse al corazón del culpable con balas de verdad para, luego, y solo si procede, ir reparando en lo posible la herida al inocente, eso sí, entonando el mea culpa: “Y yo qué sé, yo como iba a pensar…, si a mí me lo dijo…”, aunque siempre recalcando aquello de: “pero que si el río suena…”.
Salsa rosa, desde que el mundo es mundo.
Y un dicho que repiten a menudo y como una oración al santo que más profesan todos los que no pudieron evitar sus garras: “Antes te arrolle un tren que una lengua sucia”.
Por desgracia mucha gente tiene "el referir", que no chismorrear, como única tarea diaria.
ResponderEliminarEs una pena...
Aunque por experiencia sé que con el tiempo, la vida se encarga de devolver doble a quien hiere alguna vez...
Un beso