En Bailén –yo sólo puedo hablar desde que empecé a decir ésta boca es mía hasta los cincuenta y dos que tengo, y además de bastantes años antes de haber nacido por lo que me han contado- hay una forma drástica de entender las cosas: si yo estoy “apañao” a los demás que les den, y de ahí el dicho de que somos el pueblo de los “apañaos”.
Hoy, por desgracia, y al tardar la vida más de lo debido en dar la vuelta a la tortilla –cinco o seis años para alternar la escasez y la bonanza- encontró que estaba quemada –achicharrada- y no quedaba en la despensa ni un puto huevo. Así que el pueblo de los “apañaos” ha pasado de sopetón a lo inimaginable: ser el pueblo de los “desapañaos”.
¿Qué ocurre?.
Es fácil de adivinar. Aquellos –demasiados- que andaban a varios metros del suelo y sin paracaídas, tirando con pólvora de rey –prestada toda- resulta que no tienen ni para cargar el mechero, mucho menos para tabaco. Y algunos de ellos –los menos- buscan culpables, y los más cercanos son su vecino que les debe veinte duros –euros, vale, no es lo mismo-, su padre que no les ha dado la paga del mes, o su mejor amigo ya que siempre que le tocaba pagar el cubata se hacía el loco. Nada de D. Anselmo –por nombrar a uno- el jefe de una fábrica, D. Luís, el presidente de lo que sea, o don, don, don, y de ahí para arriba. Y se ponen bordes y empiezan a lucubrar que si no pueden arrear una hostia a todos los que creen que pueden hay que tomar medidas aunque éstas rocen lo más amargo. Eso sin olvidar hacer un corrillo como viejas cotillas con la lengua suelta a sorbos de whisky o ginebra y ponerlos a parir haciéndoles blanco de todos sus males sin darse cuenta que los pobres también tienen a un vecino que les debe veinte duros –euros-, a un padre no tiene ninguna intención de seguir dándoles la paga del mes –tampoco puede el pobre-, o a un amigo –el mejor- que quiere seguir bebiendo pero a costa suya.
Así que no ven mejor ocurrencia que intentar zarandear, volcar el árbol que a duras penas –como ellos- se sostiene, hacer leña, quemarlo en el mismo bosque donde ellos mismos queman sin darse cuenta sus propias raíces.
Arrieros son.
Curioso pueblo –ciudad- que tan solo se une en algún sentido entierro al son de “qué bueno era”, o en su devota y adulterada romería.
El resto del tiempo cada uno sigue a lo suyo. Aunque esté bien jodido.
Y así nos va.
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