Al
nacer pidió mis manos
y
los giros de mi boca,
que
sopesase en el aire
el
vigor que le desborda,
le
apretase en mi pecho
hasta
mecerme en sus notas,
corazón
con corazón
como
un himno hacia la gloria.
Y
nació tras las miradas
y
los sueños por sus olas,
por
el amor que, cediendo,
ya
deja caer las hojas,
que
un día desnuda un beso
y
otro sentirlo en la ropa,
cruzando
los infinitos
que
amamantan tantas horas,
apretando
en la memoria,
y
hasta el grito, su aureola.
Cayó
del cielo despacio
todo
el mar que lo abotona
y
como universo erguido,
como
voz que ya me nombra,
presumió
de dar los ojos,
de
clavarme un mundo rosa,
y
ser bajo los rostros
del
instante que destrona
lo
profundo de un te quiero
y
los besos que lo ahogan,
si
los labios suben, bajan,
y
a su tersura la ahondan.
Una
obra cumbre en tu piel,
como
tantas en la sombra.
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