En
el espejo abarca toda ruina
-siempre
al borde tan vago de la suerte
lo
en blanco consumido- como muerte
que
va acuñando sombra muy dañina,
acaso
porque insiste en la teoría
y
nada en lo que al tiempo se devana:
tras
dicho, la respuesta le amilana
y
queda en el amago el alma fría,
como
cuando alguien muere fugitivo
vagando
el laberinto de estar vivo,
pidiéndole
a la suerte esa moneda
que
le acerca mil ojos a la cuna
como
argumento de única fortuna,
si
dar pena es lo próspero que queda.
Ser
símbolo de cierta desventura
y
cumbre que ascendió con nombre propio
no
sirve a ser feliz ni como acopio
por
mucho que nivele la andadura.
En
el resto salpica la respuesta
entonando
castillos de mudanza,
mamotreto
sin código que lanza
al
sueño insustancial como una gesta.
Tal
aire farragoso-aventurero
es
perro encadenado a la palabra,
su
fuerza temporal muy poco labra
si
débil, vulnerable, es como arriero
-mucho
valor inútil mundo en mano
en
hombre de tan ámbito aldeano-.
Aunque
existan lejanos precedentes
no
eximen, si se blande la tibieza,
porque
tener valor es la entereza
que
con fuerza libera a los dolientes.
Mantenerse
en la luna que declina
convierte
en piedra al beso de la rosa,
al
acomodo en piel, poquita cosa
cuando
solo el deseo lo culmina.
Traza
la conjetura otro fragmento
y
articula poemas sin aliento
tan
en la explicación que vivió nunca
como
en pos del planeta nebuloso
que
conmina al desorden en el poso
donde
tanta heredad al sol se trunca.
Desnudando
el destello que persiste
ingente,
cabriolea el intelecto,
la
fuente incontenible, lo imperfecto,
como
un destino osado que resiste
sin
zozobra, sin aire prepotente,
apenas
como voz que huye a un poema
y
dilata el acaso a su dilema:
esa
mutua fricción con lo aparente.
Pronto
el caos acecha con el hambre
al
verso inevitable en el alambre
y
se sucede el ser que tibio avanza
entre
apretados años sin historia,
fraguados
horizontes a la gloria,
siendo
haz de luz que el tiempo nunca afianza.
Sin
horas traducibles, la dulzura
marca
la cara-otoño de nosotros
penetrando
en los campos que hizo a otros
padecer,
sin pensarlo, la amargura.
Corazones
de un modo tan vivido
que
en la obstinada flor de la derrota
una
pequeña lágrima les brota
ante
el alma que cubre el cuerpo herido.
Busca
amparo en la paz de una batalla
el
cuerpo ensangrentado que avitualla
con
noche la mirada y mar de besos
con
tal luz incendiando hasta los huesos
para
que, en esa lucha que germina,
luzca
el verde la mano que camina.
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