juanitorisuelorente -

miércoles, 1 de noviembre de 2017

LA INTIMIDAD DE LA OBRA


















PREÁMBULO

El constructor
que no escucha el corazón
de una obra
debería trabajar otro corazón.
Quién construye
esculpe cuerpos a la nada,
dibuja rostros al viento,
divide en noches a la luz,
creando vida donde nadie,
legándole su sangre,
si le pone corazón.
Quién construye da sentido
a la piedra,
graba en ella su nombre,
y ha de tratarla como algo más
que un breve tiempo que
dé de comer a sus manos.



(1)
Ladrillo a ladrillo
dejamos a su adentro
respirando a la intemperie.
Erguida y desnuda,
con su piel bajo teja,
espera sueños que la abriguen.
Le late la necesidad
de ser vista en toda su inocencia,
e ir escuchando poemas
que cubran su alma.
Su noche espera que mis manos
besen su rostro de cada día.




(2)
Meter a la luz, el agua,
en vena
es tarea de cirujano.
Toca operar, y la rozadora
abre surcos en todas direcciones,
metros y metros que coser con yeso
a cada corazón. La batalla
que en macizo se endurece
en el hueco se respira
-saltan chispas a la carga-,
hasta ver a tierra
toda senda derramada.
Cae la tarde y queda en su plano
el desastre, cada pared
sana en su idea de ser.
Por ahora el trabajo
vive su vida escondida.


(3)
Cuando el último enser
subterráneo capitula
y comienza el ladrillo a desvairse
en la obra relampaguea
el ademán de rosa.
Se repiten, en su cielo irrepetible,
los rostros que despliegan nuestras manos:
paisajes de blancura y,
en la porcelana uniforme
cierto capricho de juventud.
Cada imagen deshace en sí
el fondo de plata
y se erige protagonista
de sus ojos mudos.
Toques de hada
creando castillos del aire
al oficio de la luz,
toda una letanía
enharinada de belleza

y con la estructura a tientas.

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