Gracias
a los oídos y los ojos,
a
como se cose para que baile
tanta
sangre sin memoria,
a
que sienta en la distancia
los
debajos de mi sed,
al
silencio del poeta
que
ya no anda según se dice
al
mirarte de verdad.
Gracias
a la noche bajo el brazo,
al
pañuelo en la maleta
que
crepita hasta tu nombre
con
la rima que haces arte
atrayendo
las estrellas,
acariciando
una llama,
arrancando
al aire el seco idioma de la tierra.
Gracias,
por dejar
a
tu cielo en mis manos,
por
viajar hasta el final,
donde
el ciego revuelve hasta el otoño,
para
alcanzar un beso
donde
nadie sabe lo que hace temblar
no
ver tu rostro. Gracias
al
trabajo desprendido, a tu veta
inagotable,
a todo cuanto llegará
por
ver,
y
en la palabra corazón.
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