Los
días de tu primera voz
son
almas que oigo crecer.
Susurros
como lunas,
como
niños que van desatando
paredes
y, deshaciéndose en el aire,
vuelven
a madurar, a acomodarse
al
jugo del corazón del rostro
de
tu boca. Voz de hambre,
que
teje el sueño en su final roto,
y
que yo desnudo dulce,
bruscamente,
con este hilo
de
mirar ciego.
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