Las
palabras que no se saben abrir
no
se cierran nunca. Repetir
su
silencio repite el dolor
de
las palabras muertas,
y
a la vez, su sombra.
No
se disfrazan, heridas,
si
de verdad sangran, van
y
vienen del hecho en lo hondo,
viviendo
o desviviendo
de
la voz que continúa.
Serán,
y no, un borrón intemporal
asiendo
un arma blanca. Imperceptibles,
hasta
que muestras su muralla,
y
todo en el aire. A la espera está el perdón,
y
los versos que gotean,
lo
que somos. Parecen
naderías
los mundos, para ti,
que
aún no logro ver.
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