Hay jaleo en la 204.
Carlos me contó que María tuvo que
contarle a su marido que había una mujer. Era la salida más airosa
ya que, dentro de lo malo, los cuernos parecen redondear sus puntas
con esa situación, sin
duda escabrosa pero peor hubiera sido si
aparece mi nombre. Permítanme, me llamo Juan y soy íntimo amigo de
Carlos, mi confidente, también de Luis, el marido de María, aunque
comprenderán que con él debo guardar algo las distancias, por
razones obvias. Es evidente que si estoy demasiado tiempo con él no
puedo estar con su mujer, y eso queda claro. Así que me las ingenio
alentándolos a salir junto a Carlos y yo cuando estamos alborotados
y deseosos pues ella dice que no tiene ganas o repentinamente se
indispone, no con nada grave, cualquier nimiedad o tontería que no
haga que él se preocupe. Entonces, nos vamos los tres como los tres
locos de siempre, los tres locos de toda la vida, ya algo talluditos,
bien es verdad, y cuando estamos en medio de esos saraos con media
juerga a cuestas y media borrachera pues enfermo o yo que sé y me
escabullo a revolcarme con ella. Soy un degenerado, lo reconozco y
les entiendo pero de jovencito Luis me hizo una muy gorda y se la
tenía jurada. Que sí, que ya sé que es su mujer, que no eran lo
mismo esas aventurillas de los dieciséis pero a mí quién me la
hace la paga.
Oigo gritos. Estoy en la 203 y los
tabiques transpiran. Son como orejas gigantes. Parece ser que la
supuesta amante de María ha olvidado algo en el cuarto, algo que aún
no dicen pero sí que no es precisamente femenino. Intento recordar
si me falta algo y no caigo y menos, acabo de oír el motivo, un
mechero grabado pues no fumo. No sé, María se vincula pero me
parece un poco petarda, por otra parte eso es lo que me tiene loco,
parece una mosquita muerta y de eso nada. Se ve a una legua que le
gusta, que lo que hace le gusta y no se corta un pelo. No me imagino
casado con una fulana semejante, ni con esa ni con ninguna porque
prefiero poner los cuernos que cargar con ellos. No dudo que esto
tiene sus riesgos pero más un morbazo y un suspense que ni en la
mejor película, es emocionante, para qué voy a negarlo, demasiado,
diría, porque cualquier sonido ambiente, cualquier chasquido nos
parecen las llaves de Luis girando en la puerta, es un placer
terrible, un placer inmenso, al límite del infarto. A mí me pasa
que alucino, que no siento lo mismo con otras mujeres si están
libres, soy como un ladrón, en cierto modo, bueno, ustedes pensarán
que soy un miserable y tienen razón, pero a ella no la he obligado y
eso que conste. Lo nuestro ocurrió pues como ocurre todo, sin
pensar, miraditas, deditos bajo la mesa, achuchones, apretones,
situaciones que me dejaban sin aire y sin poder pensar. Y ocurrió,
qué remedio, y desde el primer día desde hace quince en esta isla,
y aún nos quedan otros quince días de vacaciones, y ahora viene lo
peor porque me dice y me repite que me quiere, que quiere dejarle
(creo que de eso discuten ahora), yo la calmo y no le sigo en ese
rollo pero tampoco la corto por si se acaba esto que todavía no
quiero. María está jamón y no he visto a ninguna por aquí que me
plantee el cambio. Ya sé, Carlos está harto de decirme la mala
leche que gasta Luis. Cualquiera en su lugar reventaría al
descubrir que se ha casado con una guarrilla; tampoco es culpa mía,
que si no estuviera yo ya tendría a otro; hay que entenderla, yo la
entiendo, si eso le gusta como yo sé que le gusta pues lo hace y en
paz, ahora soy yo y quién sabe mañana.
Gritan. Luis insiste en lo del mechero
y el mechero no es mío aunque tenga la serigrafía de una taberna de
mi pueblo, y Carlos tampoco fuma. Esta, creo, tiene más carreras que
un galgo, nada malo para un mocetón como yo al que tienen calado las
tías en el pueblo y sólo mojo de tarde en tarde con Marta, una
maestra viuda algo pava, y con Flora cuando rara vez su marido hace
algún viaje de trabajo, dos o tres veces al año, porque de putas
nada de nada, me dan un asco tremendo, aunque las respeto,
pobrecitas. Mis amigos lo saben, ellos son asiduos y están siempre
empecinados en liarme pero yo ni de coña. Mención aparte es María,
una mujer respetablemente casada que puede tener un desliz, o varios,
pero no esas que están siempre dale que te pego, uno entra y otro
sale, que no, que no, que por ahí no paso, me doy al placer
solitario si hace falta pero putas, ¡qué horror!, no puedo, no
puedo, y que conste que una vez lo intenté y salí de allí dando
arcadas, blanco como la harina, soy así, prefiero poco y bueno, o
regular como María, ¡Dios, cómo le chilla ahora a Luis la jodida! Oigo un golpe seco y parece ser la puerta de la habitación que se
cierra. Corro a la mirilla y veo a Luis alejarse por el pasillo dando
patadas al aire. No tardo en oír golpes en el tabique, ¿será
posible que tenga ganas después de eso?, es una cerda, no hay duda.
Murmura mi nombre, pero no, no me fío, ni esto ahora se me levanta.
La oigo llorar. No me importa, eso le limpiará los humos. Creo que
voy a irme abajo, seguro que una copa me sentará bien y de paso me
verá Luis cerca de él, ahora que sospechará de todo el mundo. Así
lo hago y aunque ella al oírme abrir la puerta sale al pasillo medio
desnuda logro desembarazarme de la idea que vuelve a rondarme que no
es otra que darle un revolcón. Así pues bajo a la cafetería y me
sorprende ver a Luis en animada charla con Carlos, charla que corta
de raíz al verme. Se queda mudo, sólo un instante, después cambia
como si no pasara nada y comienza a preguntarme no se qué, que si
esto o aquello, nada relacionado, Carlos ríe mucho, no sé bien de
qué, puede que de algo que hubieran hablado antes porque el tema que
tenemos no es motivo. Pido un JB con hielo, hace tiempo que no tengo
la necesidad, hoy sí y cómo tardaré en bebérmelo no me picará el
gusanillo de irme con ella que es en lo que vuelvo a pensar ahora
visto el patio. Bebo y toso, estoy poco acostumbrado. La situación
es tonta, tenemos poca conversación, parece mentira que, sí, que
con Carlos quizá sea normal porque en el pueblo nos vemos todos los
días, pero con Luis estoy cortado aunque no sé nada de él desde
hace algunos años; se marchó a trabajar a la capital, después su
repentina boda, nada, no se me ocurren preguntarle cosas y me cuesta
mirarle a los ojos, debe ser normal. Lo que de verdad no comprendo es
que ese cabreo monumental se haya diluido, está tan relajado que no
le entiendo, y Carlos sin dejar de reír, ,sí, le pregunto y me
responde que hoy está contento, que no sabe el porqué, Luis también
ríe ahora, sube la broma y se carcajean los dos y yo serio como un
gilipollas. Me dicen, al fin, que les han dicho que hay un lugar
nudista a pocos kilómetros, que si me voy con ellos, que después
irán de putas, que ya es hora de echar aquí una cana al aire.
Pregunto a Luis por su mujer, dice con sarcasmo que la follen, creo
que sí, que eso es lo que voy a hacer. Me hago el remolón con el
whisky y les digo que en un lugar de esos nada de pasearme en pelotas
y que las putas, ya saben, me dan un asco que no puedo, no puedo, que
ya lo saben y para qué insisten, y si no mojo aquí ya lo haré
cuando vuelva con Marta y Flora, cuando me dejen, que no es tanta la
necesidad. Se van y yo intento apurar el whisky para ir a calmar a
María y a este estado de ansiedad que comienza a ahogarme cuando
pienso en ella y en lo que voy a hacerle, cosas que invento sobre la
marcha y que ella me jura por sus muertos que nunca nadie le ha hecho
mientras gime y gime como una condenada puta. Lo apuro, me ha costado
trabajo pero lo apuro. Mi cabeza lo nota. Tiene un estado de
felicidad supremo y en mi cuerpo comienza el ajetreo. María me pone
y voy al galope como un energúmeno a desollarla viva, también
preparado para soportar sus envites de amor, aunque de eso nada, que
para eso tiene a su marido. Yo sólo beberé la parte que él no sabe
exprimir, la esencia externa de esta maravillosa hembra, este
monumento a la mujer que ya empieza a hechizarme. Tampoco olvido las
palabras que me dijo Carlos que le había dicho Luis: Mataré a esa
hija de puta si la pillo acostada con mi mujer. Imagino que esa
amenaza abarcará a un hombre hasta con más saña pero no sé, a lo
mejor soy raro porque todo esto me pone cachondo, ya lo dije antes,
aunque a veces se me encoja el alma. Subo los escalones de tres en
tres (no tengo paciencia para esperar al ascensor), y vuelo por el
pasillo. Pienso en sus ojos de gata, en sus labios vueltos a la vez
que hurgo en el bolsillo-monedero de mi pantalón vaquero buscando la
llave de la 204, una copia como habrán imaginado. La presiono con
dos dedos a nivel con la cerradura varios metros antes para no perder
tiempo. Mi corazón comienza su redoble. Estoy ansioso, exultante,
eufórico. Introduzco la llave y antes de girarla me contengo. Soplo
y caigo como un castillo de naipes. Oigo gemidos y son de María, no
hay duda. Esa campanita que acciona la i en la cima del ahogo me
indica que está a punto de correrse, ¿pero cómo, quién? Carlos
y Luis se han marchado. Los he visto subirse al taxi y a este enfilar
la carretera. No son ellos, estoy seguro, ni María ha tenido tiempo
libre para enrollarse con nadie en esta isla perdida del Índico. No
sé qué hacer pero no me agrada irme. No puede ser Luis y sea quién
sea me dará igual, ¿será posible una mujer?, ¿o un nativo de
estos de órdago?, ¿qué puedo encontrarme si giro la llave? Deseo
irme pero más decirle a ésta cerda cuatro frescas, a ésta burda
embustera que sigue vocalizando con retintín como si la estuvieran
matando, a éste ángel lascivo que anoche me dijo con inusitada
ternura que me quería, que estaba harta de Luis, de los hombres, que
sólo quería hacerlo conmigo, ser mi amante, mi mujer, mi amiga, mi
esclava, mi sombra, y la oigo rugir tras la puerta como una loca,
abrazada a algo que no soy yo. Esto me pasa por idiota, por esperar
lealtad de una tiparraca que engaña a su marido en el viaje de
novios, y bueno está que lo haga conmigo pero no, no, no es
bastante y a saber qué sorpresa me deparará esta puerta. Debería
decírselo a Luis, me da pena, tanto dárselas de listo y chulo para
acabar de cabestro, aunque no, porque en estas cosas delicadas suele
ocurrir que siempre pagan justos por pecadores y seguro que, encima,
la toma conmigo. Que se joda y abra los ojos el muy imbécil. Parece
que se ha callado la ninfómana. No me lo pienso, tomo brío y entro.
María grita, yo grito, Alberto grita.
No puedo creer que sea mi amigo
Alberto, ese pedazo de semental, soltero como yo, que duerme todas
las noches en la casa de putas del pueblo como si fuera su casa,
peludo como un oso, guarro como un cerdo. Están los dos en pelotas
encima de la cama y ella recula al verme. Intenta cubrirse con la
sabana, yo le digo que para qué, que ya conozco todos sus
vericuetos.
- ¡Por Dios, Juan, Luis no debe enterarse de esto, yo....!
Alberto nos mira con asombro.
- ¿Luis? - dice sorprendido y me mira más sorprendido aún repitiendo a María como un loro: ¡Por Dios, Juan...! - para preguntarme ahora con tono más acorde: ¿puedes explicarme qué cojones estás haciendo aquí, tío? - para seguir preguntándose también a sí mismo: ¿pero tú no decías que no te gustaban las putas?
- ¿Putas, qué putas?, pregunto y me pregunto y respondo: ella es María
- Sí, ya, ya, María - chufla Alberto
María calla y me parece que sonríe,
la verdad es que no entiendo una sola palabra. Alberto se levanta a
abrazarme a pesar de todo y yo le digo que con aquello colgando no,
que al menos se ponga los calzoncillos. La guarra ríe con ganas y
sin cortapisas. ¡Madre mía, qué panorama! Cumplida la premisa
Alberto me aprieta con fuerza y me dice que qué pequeño es el
mundo, que vio ésta oferta en la agencia de viajes de la esquina y
no se lo pensó, que reside en un hotel cercano que está de puta
madre y que ayer dando un paseo vio a la Pepa asomada al balcón de
este apartamento y que vino como un desesperado a arrimarle yesca al
ascua que para eso está, y que aunque no está mal cambiar de vez en
cuando y aquí parece que hay buenas tías dispuestas, a ella ya la
conoce y sabe como pajea.
- ¿Pero cómo, tú y María, esta María?
Y va y responde:
- Yo la llamo Pepa pero si es María bien está.
Me giro a ella, tengo infinidad de
preguntas que no sé si podrá contestarme, empiezo por la más
latente:
- ¿Luis sabe que tú...?
- Claro, tonto, ¿no lo va a saber?
No puedo creerlo, Luis casado con una
puta, con un historial que ni el Real Madrid en la copa de Europa y
ha caído como un guiñapo al cesto, “¿y yo, pienso para mí, cómo
es que no me he dado cuenta?”, de todos modos me consuela pensar
que una mujer casada es una mujer casada aunque haya sido una puta
porque, en cierto modo, al casarse deben dejar de serlo aunque esta
me huele a que no.
- ¿Cómo has podido, digo, cómo puedes...?
María se encoge de hombros.
- Pareces tonto, tío - dice Alberto - deja a la Pepa en paz, si vas a tirártela me salgo y te espero en el bar, esto hay que celebrarlo, amigo
- ¿Pero cómo voy a hacer eso después de esto? - contesto
- Entonces vamos a emborracharnos, mamón
María aploma su rutilante desnudez y
pone los brazos en jarras increpando a Alberto:
- ¡Oye, tú!, ¿no te irás sin pagarme?
- No, claro, mujer, perdona - responde Alberto azorado y rápidamente hurgando en su cartera saca veinte euros que le pone en su mano extendida.
Y yo boquiabierto a punto de darme un
ataque. No puedo consentirlo y reviento. Alberto me sujeta, ella ríe,
lo que me pone más histérico y como colofón me atiza el golpe de
gracia:
- Oye, que yo he venido aquí a trabajar, ¿o es que crees que contigo lo hago gratis?
No puedo ni hablar.
- ¿Pero, cómo? – resoplo- ¿pagarte, yo?
- Veinte euros cada vez que te corres, cuarenta y ocho veces apuntadas en la libreta, nueve cientos sesenta euros que tengo en la talega
- Me dejas de piedra, tío, ¿tú?, exclama Alberto y sigue: si no podíamos llevarte de putas ni a rastras, si decías que antes muerto que ir con ellas, joder tío, qué pasada.
- Que está loca, Alberto – grito - que no es una puta, bueno, a lo mejor sí pero no porque está casada.
- ¿Ésta, casada?, no me jodas.
- Que sí, hombre, que sí, que está casada con mi amigo Luis.
Alberto duda y la mira, yo también.
Pasan unos segundos donde sólo se oye el rechinar de mis dientes.
Ella se muerde el labio y se bambolea como una bailarina antes de
contestar en un tono un poco tonto:
- Me llamo Josefa y sí, soy puta, no estoy casada con Luis.
Me mira ahora con ojitos tiernos antes
de seguir:
- Perdóname Juan pero esto ha sido una broma.
Alberto rechifla:
- Casi cincuenta polvos no son ninguna broma.
Yo estoy mudo con la boca como el
brocal de un pozo. Ella sigue:
- Entiéndeme, me pagasteis el viaje a este sitio maravilloso y sólo tenía que hacer lo que hago siempre, además con gusto porque tú me pones mucho, Juan, en serio, no has sido uno más, de verdad, puedes creerme, ya sé, hombre, a ver, que después de esto ya nada será lo mismo.
- Desde luego, digo en un arranque descontrolado.
- ¿En serio, Juan, te doy asco?
- Sí, por supuesto que sí – contesto.
- No le digas eso a la chiquilla - dice Alberto
Me quedo pensando, mirando a todos los
lados como si tuviera bisagras en el cuello, analizando la situación
a golpe de calculadora, sin perderle reojo a María, o la Pepa, a su
cuerpo abundoso, sudoroso aún de la briega con el cerdo de mi amigo,
algo que me retrae pero nada que no pueda solucionarse con un buen
baño de espuma. Me giro a Alberto y le digo:
- Perdona amigo pero te agradeceré que vuelvas a tu hotel y que te encierres en él.
No le grito pero el tono es el propio
para estos casos, él lo entiende a la primera.
- Bueno, tío, ya nos veremos en el pueblo.
Nos damos un abrazo, se va y miro a
María, digo a la Pepa, cara a cara y no sé ni cómo empiezo a
relajarme y le digo:
- Así que no estás casada con Luis y sólo has venido aquí, a esta isla paradisíaca, a joder conmigo.
- Ese ha sido el trato - dice sin ningún rubor - ¿te parece mal?
- ¿Y Alberto?
- Es un cliente fijo, no podía negarme.
- ¿Y se puede saber quién te paga esto que yo hago?
- Tú.
- ¿Sí, cómo?
- No sé.
Giro y giro la mente como en un
tiovivo, retrocediendo imágenes, situaciones, y me detengo en unas
semanas antes de venir aquí, en un préstamo de tres mil euros que
me pidió Carlos para este viaje porque, insistía, tenía el dinero
a plazo fijo en el banco y no le interesaba sacarlo antes de la fecha
de vencimiento.
- No importa – digo - hecho está.
Pienso en los quince días que quedan
y digo a la Pepa:
- ¿Y no podrías echarme un porreteo?
- ¿Y eso que es? - pregunta la infeliz.
- Un presupuesto para los días que nos quedan, tonta.
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