Da igual en dos que en
cinco, pero en cinco si falla uno quedan tres, mientras que en dos si falla uno
no queda ninguno.
Yo vivo de cerca –no en mi sangre sino en mi
carne- eso de no tener ninguno, pero ninguno habiendo. Y así sirve acaso para joder la vida, para incordiar, para saber que está pero como
si no estuviera. Y mal asunto es haber de reunirse obligados hasta que dé el
kilo la que creó la desgracia de traer al mundo derecho y torcido, blanco y
negro, jamón y tocino, perro y gato, tuerto y ladeado, macho y hembra, para
también su desgraciado sufrimiento.
Cariño que le salió pleno y fue cortado con un
hacha diferenciando, y no precisamente por la mitad. Los problemas siempre
nacen de la madre. Y éste por doble motivo.
Yo también soy hija única, y muchas veces tuve la necesidad de sentir el calor de un hermano o hermana, pero hay cosas que nunca podrán cambiar y se tienen que asumir tal como son.
ResponderEliminarDesde luego que la vida me compensó con muy buenos amigos.
Abrazos alados, Juanito.
Buen fin de semana!!!
Pues yo soy el mayor de cinco hermanos, Diana. Y hasta hoy me llevo bien con todos, y ellos, sé, conmigo, al igual que con cuñados y cuñadas. Eso es bonito. En cambio hay quién tiene solo un hermano, una cuñada, y sobrinos, y para nada. Eso sí es triste y doy fe de ello.
ResponderEliminarTú, al ser hija única, no te peleas con nadie. Mejor sola que mal acompañada, como se suele decir.
Un abrazo querida amiga