Prepotente
y licenciado
de
los sueños que trashuma
vuelve
el apañao, docto,
a
regir nuestra cultura.
Tiene
un universo propio
el
arte que le resuda
sin
salir de la afición
a
la simple escaramuza,
con
tan buena voluntad
como
nula singladura.
Tiene
el apañao, culto,
la
licencia de la puya,
el
control de su presencia
en
los actos que redundan
en
sentir lo colectivo
como
verdadera lucha,
para
que no usen su imagen
de
pilar o catapulta.
En
Bailén, a los tejares
ayudó
a irse a la tumba,
ahora
ha vuelto, refinado,
a
instalarse a vuela pluma
en
las cumbres de lo fatuo,
dando
igual la coyuntura.
¡Apañao
puñetero
que
en lo implacable pulula,
que
poco hace y nada apoya
a
un destello de otra luna!
Muros,
piedras, o silencios,
buscan
que todo se aburra,
que
el sol luzca para sí
como
rey de la “cachumba”.
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