Caminé
noches al día
sin
que me hablasen los ojos,
si
anduve por universos
donde
miraban muy solos,
y
sin cielos a mi abrigo
sin
el mar sobre mis hombros.
Nunca
pulí las barandas
ni
daba los pasos sordos
si
de mi viento era el guía
para
no perder ni un soplo,
e
iba al mundo sobre ruedas
hacia
mañanas sin fondo
con
tiempo para mis manos
y
para vivir muy poco,
con
los ojos bien abiertos
y
sin ver lo más hermoso.
Ahora
le muestra el hambre
la
primavera a mi otoño
y
me muero por fundirme
a
su verde en cierto modo,
a
las dos lunas de hierba
de
la rosa que corono,
y
doy trazos donde río
y
voy siendo algún esbozo,
hasta
mostrar a la luz
un
infinito nosotros,
porque
veo arder al alma
siempre
que a ella la nombro,
porque
late en mis latidos
con
un corazón de oro,
porque
escucha a mis silencios
con
su voz en lo más hondo,
y
aunque camine sin noche
durante
el día la logro,
los
pasos son verdaderos
cuando
se llueve de gozo,
cuando
el milagro más nuestro
solo
es compatirlo todo.
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