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Tras
un día por los arrabales del mundo vuelvo a tu sangre, donde no hay
afueras. Y vuelvo a sentir tu mordedura hasta verte en lo etéreo
deshecho, sin una flor que agites en tal desorden, que se haga dueña
del aire, de tu vacío interior.
El
frío ya es un eco, un río sin rostro que pronto mostrará su
desembocadura -golpes que el cuerpo hila hasta coser la tarde, como
plenitud siempre en curso hacia la sima donde el pensamiento asciende
al verso, en esas horas en que maduran los trazos del día-.
Cauces
donde mi sangre en tu sangre llama a su sangre como reflejo fiel de
la luz plena, luz que piensa aguzando el oído y se adueña de un
tiempo que el tiempo devora, dejando apenas sensaciones, cielos,
soles, besos, que todavía no se cumplen.
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