De
entre todas las imágenes
que
veo siempre de lejos,
La
Virgen de la Cabeza
y
Jesús el Nazareno
son
en mi vida las voces
que
escuchan a mis silencios.
No
soy de ensalzar sus rasgos
con
los primores del verso,
de
emborracharme de gracia
buscando
nadar el cielo,
ni
soy de portar sus andas
hasta
faltarme el aliento,
no
las siento como hermano
ni
vuelo en su mismo techo,
aunque
a veces son mis pasos
de
"La amargura", y "El cerro",
y
les derramo en mi sangre
toda
la paz de mis miedos.
Mi
devoción sale a flote
en
el mar de lo pequeño,
siempre
pasando de largo
por
sus pilares del tiempo,
como
hijo que no les cuida,
ni
está entre cuentas ni atrezos.
Mi
amor estalla en la sombra,
en
el fondo de mi espejo,
sin
pasión de multitudes
con
el corazón al viento,
no
las siento en propiedad
ni
de las demás reniego,
pero
están entre mis cosas,
mis
laberintos de adentro,
y
no rezo ni les nombro
aunque
presiden mis sueños,
como
un padre y una madre
que
darán si lo merezco,
siempre
abiertas a un abrazo,
al
latir de mis secretos,
soportando
mis derivas,
mis
instantes indefensos.
siempre
ellas sobre mi alma,
alzando
mi voz del suelo:
¡La
Virgen de la Cabeza,
y
Jesús el Nazareno!
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