Por
los fríos de diciembre
bullen
días de verano,
de
poner al sol el alma,
desnudando
nuestros lazos.
Son
las playas de la vida,
los
momentos de descanso,
de
hablar con el corazón
y
nadar en los remansos.
Obliga
lo material
a
tirar solos del carro,
a
olvidarnos de la esencia
y
ser negro sobre blanco.
Hay
que seguir en el tren
a
un destino en lo más alto,
a
la nada que van todos,
construyendo
sobre el fango.
Las
victorias son de tierra
y
de sangre los fracasos,
enterramos
de riqueza
la
pobreza de lo humano.
Como
dioses de uno mismo
de
ese Olimpo se es vasallo,
los
míseros servidores
del
tesoro más amargo.
Y
entre olvidos este tiempo
con
vitola de milagro,
donde
la familia reina,
de
la que hay que ser esclavo.
En
el albor del invierno
la
navidad cierra el año,
es
la fiesta que más une
o
se sufre lo lejano.
Nunca
tan firmes de acuerdo
religiosos
y no tanto,
de
culto al hijo del hombre,
de
culto al tinto y al plato.
Fiesta
donde no hay excusa
ni
motivos de trabajo,
de
no hundirse en las raíces
desde
el niño al más anciano.
¡Bajo
cielos de colores
villancicos
navegando
por
el mar de la memoria
con
el niño entre los brazos!
Alrededor
de la mesa
vuelven
futuro y pasado
a
evocar todo el presente
del
amor, tan necesario.
Son
más duras las ausencias,
esa
cruz con pies de barro,
que
se cae por momentos
en
los ojos del más flaco.
Conjugar
la nochebuena,
el
olvido trago a trago,
es
la noche adolescente,
solo
importa donde estamos.
¡Presidiendo
el nacimiento,
en
un rinconcito el árbol,
la
vela roja en la mesa,
las
guirnaldas decorando!
A
la vuelta de la esquina
queda
el año abandonado,
tan
ebrio de multitudes
de
nadie, pronto, ni rastro.
Pasadas
las campanadas
el
nuevo con copa en alto,
ya
reina en las ilusiones,
llega
como agua de mayo.
Dejamos
que corra el aire,
a
éste damos un salto
y
se acabaron los males,
la
ruina y los malos ratos,
repitiendo
las canciones,
todo
por los mismos pasos,
exigiéndole
a la nada
hasta
el último milagro.
Y
entre suspiros tan hondos
todos
los niños soñando,
se
asoman a los balcones
y
suben a los tejados,
tienen
la mirada lejos,
y
ante cualquier ruido extraño,
saltan
sus corazoncitos,
abren
un mundo sus manos.
Es
la fiesta del amor,
de
echarle tierra a lo agrio,
es
la fiesta de los niños,
del
exceso y lo sagrado.
La
fiesta de la familia,
riendo
o llorándola tanto,
muchas
con el alma rota
y
muchas de guante blanco.
Vivamos
la navidad
y
cada uno en su peldaño,
no
subamos a la luna
y
que ella soporte el gasto,
que
pasada la resaca
el
que puede sigue intacto,
y
en el bolsillo del pobre
más
fracaso es el fracaso.
Lo
que importa es estar juntos
en
lo bueno y en lo malo,
por
los pétalos de rosa
o
sangrando por el tallo.
¡Que
viva la navidad,
que
se abrace todo hermano,
barra
de la tierra el odio,
haga
de su capa un sayo!
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