Esta
era una ciudad sin ley,
cada
cual a su bolsillo,
había
pan a la mano,
una
tierra de oro fino,
era
la ley del más fuerte
y
del pobre a su cobijo,
solo
el presente a la cima,
construir
para uno mismo,
la
vida de vino y rosas
que
al tiempo fraguó su sino.
Nubes
de polvo a lo lejos
y
seguía su absentismo,
eran
jinetes de muerte
a
arrasar hasta lo nimio.
Y
no tuvieron piedad,
desde
el más pobre al más rico,
los
hundieron en el barro
a
sentir como castigo
en
sus cuerpos tanta ruina
como
exceso ya vivido.
Las
nuevas generaciones,
con
otro pensar distinto,
hacen
poco, lo que pueden,
de
la nada hacen bolillos,
un
cultural pataleo
que
nunca traerá quién fuimos.
Esta
era una cuidad sin ley,
y
dueña de su destino,
hoy
es un lugar sin nombre,
un
lugar sin rumbo fijo.
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