(1)
Hay
océanos
en
la tierra más seca.
Hay
nubes, pájaros, en el silencio
de
allí. Y fina arena
que
tiene rostro tras unos pies
descalzos.
Callan y callan
las
voces, cada vez más débiles,
pero
no paran de hablar
las
necesidades del alma.
Todo
y simple tenerte con cualquier
oleaje.
Un decir sin palabras:
la
lluvia ya vendrá.
(2)
Lo
que se va a toda costa
no
se va así, si este número
ya
no se divide por la mitad.
Uña
y carne practicando ser
en
un universo más amplio, o sea,
la
sangre por los tiempos del corazón.
Sabemos,
y hasta de no querer saber,
y
eso hace fuego del que se esconde.
De
ahí caminos que no se juntan
y
dicen lo mismo, de ahí
el
sol y sus hojas de otoño,
de
ahí, de mí en ti, de ti en mí.
(3)
Adiós,
adiós.
Es
fiesta en la incertidumbre.
Una
calle rota en la esquina,
con
delante sin hacia donde,
y
para qué.
Todo
sigue siendo abismo,
pero
ahora también hace sombra.
Aquí
y ahora
es
otro largo otoño. Veo
sin
esfuerzo, eso sí, todo
desde
tu voz primera, e irrumpe
el
cuerpo que se abre, lo que
no
sé. Tanta belleza.
En
el aire la conciencia pisa
firme,
si volar sigue a modo
descuidado.
(4)
Necesita
otro idioma
un
te quiero de muy lejos.
No
permiten más palabras tantas
muestras
de ternura. En la orilla,
de
tu mano,
hasta
todo se ha dicho. Y
callado
lo vuelve a decir
el
hambre. Un abrazo y un beso
miran
la luz que se abre. Y se cierran
en
una palabra que pronto no respira.
(5)
Este
poema empieza a ser
aunque
aún no se me ocurre nada.
Va
dejando su mudez
no
hollando en el sinsentido, sino
en
pos de tu rostro en mi adentro.
Y
mientras dice qué alcanza a decir
voy
andando hacia atrás sin hacer ruido,
por
lo que hay,
todo
lo que debes ser verdad.
Y
resplandece
lo
que nada mejora:
un
amor desobediente. Así
el
poema acaba
donde
la luz no cesa.
(6)
Entre
olas hola,
y
así respira el desasosiego.
El
sol que viene abraza
el
otoño, y este a septiembre.
Y
todo vuelve a tomar a palabra
que
subraya verte.
Abre
el
ángulo la distancia al beso
que
va y viene en los ojos,
si
crece en los caminos largos.
(7)
A
toda luz, entre la gente,
hay
rincones oscuros en plena calle.
No
se repiten
y
vive silencios el sacrificio. Hay
brillos
que no se ven si van directos
de
corazón a corazón y el resto luce
amistad
como si nada. Y por sabido
se
encuentra amor en las palabras
que
no dicen. A la vista,
a
la intemperie, las almas
se
abrazan, se besan. Son calles
que
aún no van a ningún lado,
tan
solo al mundo entero.
Mendigar
sus instantes
es
lo propio de pobres corazones.
(8)
Todo
y nada dicho
vive
en los alrededores del día.
Una
o mil palabras lo tejen
y
abrigan, dicen. Nada
les
quita el hambre, ni siquiera
saciarse.
Dicho y por decir se alían,
y
sin pararse ni a pensar retoman
el
diálogo a la espera. Sus espacios
en
blanco los llena el cielo que transpiran.
Así
no hay tregua, y a ambos responde
su
ritmo secreto: Te pienso y te digo.
(9)
Otra hoja caída,
y bajo sus hojas seguimos sin ver el cielo.
El tiempo es una palabra
que entierra la espera, pero ella
sigue su andar ciego. Edificar
los momentos que se pierden es sólo
razón de ser, ya que no ignoran el labio
que abraza lo que ya nos pertenece.
Otra hoja caída,
y no hay regreso afuera, pero sí a los ojos
de adentro, a lo que no cambia
mientras no le dejen hacer otra cosa,
si
la lluvia sigue en este otro hoy que pasa.
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