(Imagen de la red)
No
reprimo el vicio
de
ser feliz,
y
el modo de amarte
se
vuelve historia.
Aprendo
a
desnudar cicatrices,
las
del pasado que se va,
las
de tu mano que resurge.
Aprendo
a perderme en el corazón
de
una voz que además escucha,
aprendo
a dejar salir la luz
de
mi rostro de penumbra,
a
ser acorde lento que respira libertad,
el
vértigo de unos labios, su prodigio.
Aprendo
del milagro
que
nada deja de mí intacto,
y
hace agua la mirada
que
se aventura por el lecho de tus olas
donde
acaban las palabras.
Y
siento ser hoja que cae por un instante,
que
se posa en la tierra que germina,
o
sangre que escapa,
y
siento al cristal que respira,
a
los nombres sin piel, ni espalda,
de
cuerpos que volando quietos
deciden
ser eternos.
Aprendo
si
vengo del frío de un país ignoto,
donde
el nombre de las cosas
busca
el mar como es costumbre
y
tiene miedo a desnudarse.
Aprendo,
y me cuesta,
si
pertenezco al mundo de la lluvia
que
apoya su raíz sobre la carne,
en
la linde del naufragio,
a
la muerte temprana
que
se arrodilló por el peso del silencio.
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