Tan
cerca de nosotros el paraíso,
el
manantial que azulea los ojos.
Tan
cerca, y de nuevo, el monte quemado,
su
verdor adolescente.
Azul
y negro del tiempo gris,
dos
extremos, la pura y nula libertad
de
ser, ardor y ocaso de verdugo.
La
lluvia desatada en mi voz la escucho,
al
otro lado la llama apagada
que
no la abraza por consolarse.
La
luz rota no ve la rosa.
Su
a ciegas invita a este túnel.
A
oscuras tendrá la vida fría guarida,
y
una muerte blanca.
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