Recorre
mi mirada la estancia.
Podría
ser cualquier día al oscurecer. Dos sillones confortables, dos personas
atemperadas a la familiaridad de un televisor comunicándose con las miradas.
Podría ser hoy, esta tarde, cualquier tarde desde que vivimos en ésta casa hace
dieciséis años, desde el día de nuestra boda hace dieciséis años y podría ser
mañana, cualquier otro día y no sé si podré soportarlo. Pero no soy infeliz. Luché
por el trabajo que tengo, docente, me enamoré de una bonita muchacha con la misma
idea y de su mundo lineal, como el mío. La miro y es hermosa, callada y sigo
enamorado de sus ojos que saben hablarme.
Construimos
un sueño en ésta casa de dos plantas, amplia, luminosa y vivo demasiado tiempo
en mi sillón apegado a una cristalera desde donde puedo ver en una carretera
cercana, personas que viajan, que van a cualquier parte.
///////////////////////////////
Respiro un nuevo día.
Recorro a pie el corto trayecto a la escuela en ésta sucia y fea pero amada ciudad donde nací. Abro a caras nuevas los mismos libros, les repito mis palabras, las mismas palabras.
El timbre me sacó del sopor en una clase de estudio.
- Estudiad para mañana la pagina quince. Haré preguntas al azar
El mismo sonido al levantarse, el mismo murmullo generalizado hasta el silencio profundo del aula vacía.
-
¡Hola, Agustín! –
es María Teresa, una profesora de la escuela que conozco desde niña y aún así me
aturde su presencia
-
¡Hola!, ¿qué tal
tu clase? – intento recoger algo que ya he introducido en mi maletín y ella
sonríe
-
Son unos demonios,
sólo les interesa jugar
-
Como niños de su
edad
No dejó de mirarme hasta que
acomodé mis papeles en el maletín. Me conocía demasiado bien y no sabía
engañarla.
-
Te veo deprimido,
Agustín, deberías confiarme qué te ocurre
-
Ojalá lo supiera
Caminamos en silencio y al
despedirme acaricié su mano, la besé en la mejilla y fijé la mirada en sus ojos
azules, en su cara de resaltes suaves, en su pelo negro, largo y suelto.
No se retrasó Mariola.
El BMW se hizo dueño del sonido en el
ambiente de la casa sobre las dos de la tarde.
-
¿Estás en casa,
cariño?
Entra en la cocina y nos
besamos. Hoy viste un pantalón negro muy ajustado y un suéter ancho de color azul que han
resuelto bien su mediana estatura. Acaricio su pelo rubio, corto, suave, me
derrite su sonrisa abierta, el brillo de sus ojos, siempre como un delicioso
regalo.
Ella daba clases en un pueblo
cercano, a ocho kilómetros y durante la comida comentábamos cualquier mínima incidencia,
alguna noticia relevante, hasta hacerse dueño el televisor de nuestro silencio.
-
¿Qué te parece si
el fin de semana hacemos un viaje? – le dije casi sin pensarlo
-
¿Para qué?, mejor
que aquí no estaremos en ninguna parte
-
Lo sé pero no
quiero que se convierta en una cárcel
-
¡Qué cosas dices!,
para mi esto es un como un paraíso, el sueño de mucha gente
Era cierto. Volvimos loco al
Arquitecto en los bocetos hasta la idea definitiva. Teníamos terreno, dinero y
las ideas claras. Las adaptamos a la normativa y como en un hechizo nació la
imagen de un sueño, dos plantas y sótano con multitud de resaltes y salientes
de cubiertas en un estilo indescifrable de revestimientos mezclados en ésta
ciudad que se alejaba poco a poco, sin freno, del arraigo andaluz. Amplios espacios y mucha
luz, también un jardín en un pequeño
invernadero exagonal al que Mariola
dedicaba un buen rato todas las tardes.
///////////////////////////////
Me
llamo Agustín Sánchez y muevo desde hace rato un bolígrafo que no se atreve a
acercarse a una hoja llena de tachaduras entre las que no se aprecia una frase
coherente. Recorro a demasiada velocidad el páramo desolado de edades donde
sólo recuerdo cosas que no he hecho, cobardes huidas hacia adelante escudando
mi miedo en toneladas de libros y tomando de la vida lo necesario para
subsistir olvidando al mundo que giraba a mi alrededor y cruzaba en línea recta
con mis ojos cerrados.
Hoy
estoy mudo y vacío y no sé qué puedo escribir si no son deseos o sueños
olvidados que me recuerda a gritos mi alma arrinconada por la nausea. Sentado
al fin en mi sillón de rey presido mi existencia vana trivializada en el ansia
de conseguir algo que hoy sé que es nada, multitud de materia convertida en
fango que me ahoga.
Me
llamo Agustín Sánchez Pérez y me siento ciudadano de un mundo muy pequeño, el
mío, habitante de un cielo reducido a mi mirada, dueño de una vida que arrastra
mi burbuja a mi paso, dentro mi trabajo, mi casa, mi coche, mi dinero, también
mi mujer a la que observo ahora inmóvil frente al televisor sin mirarme
mientras destrozo estas líneas con mi
rabia.
No
puedo escribir y quedarme. Avivo el fuego de los recuerdos y huyo al rescate de
ese ser que pudo y no soy, lejos, buscándole. Miro su reflejo en mi cara y veo
un monstruo o un idiota y me río, río a carcajadas pisoteando el tiempo hasta
buscar la inocencia en mi mente desierta que volaba al mar de las palabras.
Me
detuve en mi principio, en el umbral de mis ojos, en las risas y el llanto, en las caras desconocidas que me
ofrecían su mano para caminar lentamente, descubriendo la vida que me tocaba
vivir, hasta que me detuve súbitamente en la puerta equivocada.
////////////////////////////
Ésta tarde Mariola cuida con esmero su jardín y salgo a pasear. Hace buena
temperatura en éste día de invierno soleado y mucha gente pasea por las calles.
Presidía en la plaza la
cafetería “Los Cisnes”, innovadora en sus detalles de arquitectura, sin duda la mejor de la ciudad.
Entré y me acomodé a una
banqueta en su barra circular. Pedí a María, la joven y atractiva camarera, un
café y un periódico provincial para ojearlo.
Después continué mi paseo
hacia el centro de la ciudad deteniéndome en escaparates sin siquiera mirarlos,
despreciando al tiempo, asesinando a sangre fría y por la espalda a otra tarde
que no tendría recuerdo.
A mi regreso Mariola me
regaló un cálido beso y su cuerpo desnudo antes de la cena, profundas palabras
de amor e intensas miradas, maravillosa pasión que vivía hoy a merced de la
corriente, presagiando la tormenta.
////////////////////////////////////
“Las
visiones de Yohanna” sonaba a todo volumen reiteradamente en mi viejo
tocadiscos un día a mis trece años y hasta aquí no me importaba lo que había
ocurrido antes. Sentía profundamente la música que envolvía mi alma rebelde.
Huía de las reglas y me deslizaba por los límites ajeno a las tradicionales
miradas. A ésta edad descendí del tren y lo vi alejarse.
Recuerdo
que estudiaba 3º de bachiller elemental
en el Instituto “San Juan” de la ciudad y a pesar del interés hasta ese momento
y las buenas notas anteriores simplemente dejé de hacerlo porque pensé que ya
sabía lo que deseaba. Alcanzaría el final de éste curso de las rentas y el siguiente para lograr el graduado
justito como una máquina a la que se le acaba el combustible. No pude explicar
nada a los profesores, a mi madre, tampoco a mi mismo. Fue en mi interior como
una orden que levantaba de su tumba de tedio a mi alma.
Éste
año la clase era mixta y me gustaba mucho María Teresa, sobre todo sus ojos azules
y sus muslos apretados cuando salía a la pizarra. Recuerdo que me decían en
clase “El empollón” hasta este momento y
ella se enfadaba cuando lo oía.
Llevaba
ese día una falda corta azul de pliegues y una camisa blanca en la que bailaban
al andar, jugando con mi imaginación, unos senos muy desarrollados. Se extrañó que
la mirara y mucho más que me acercase a ella.
-
¡Hola,
María Teresa!
-
¡Hola,
Agustín!
- ¿Te
importa si te acompaño?
-
Al
contrario
Su
sonrisa despertaba mi sonrisa, su universo tierno mi aspecto más desarrollado
de hombre.
-
Nos
ha extrañado a todos que fallases tanto en el oral. Es raro en ti – dijo casi
avergonzada
-
Si,
bueno – titubeé – no sé qué me ha pasado
-
Pero
lo dijiste bien la semana pasada, recuerdo que...
-
Lo
habré olvidado... – no sé por qué a ella no deseaba mentirle – o quizá lo
supiera y me haya apetecido callarme
-
No
te entiendo, ¿Qué pretendes conseguir con esa estupidez?
-
No
lo sé, estudiar es importante pero no es lo que ahora necesito, quiero ser
distinto, construir algo que nadie haya hecho antes – contesté
-
Estudiar
te ayudará en todo lo que desees hacer
-
Desde
los seis años veo en mi vida libros; palabras, números. Tengo trece años y no
recuerdo nada de estos siete años. No he jugado y no hablo con nadie si no es
de la siguiente página de un libro o de
un examen. Esto se acabó. Quiero lo que deseo, vencer ésta estúpida
timidez. Hoy no sé como he tenido valor
para acercarme a ti.
-
Me
alegro de eso – me recreé en sus hermosos ojos azules al mirarme - pero pienso
que el futuro es más importante y ya tendremos
tiempo de vivir y de hacerlo bien
-
Puedes
creerme, no será suficiente. Sé lo que digo. Si piensas así cuando cumplas los
cuarenta y con todo logrado querrías vivir tus trece años
-
¡Qué
tontería! – me gustaban sus gestos al mirarme, las muecas de sus labios al
pronunciar, las sombras de nuestras siluetas marcándonos el camino
-
Creo
que dejaré los estudios. He escuchado a mi alma quejarse y me ha revelado su
sueño. Lo tengo decidido
-
¡Qué
cosas más raras dices! Y de veras que lo siento porque me pareces inteligente y te sería fácil lograr una carrera
-
¿Y
tú, qué pretendes conseguir de todo esto?
-
Nada
relevante. Ser una simple maestra como tantas otras. Me gustan los niños y éste
ambiente
-
No
te será difícil – llegamos a la esquina donde debíamos separarnos y me detuve
frente a ella – Maria Teresa – susurré – puedes confiarme cualquier cosa, de
corazón, como a un buen amigo – me ofreció su mano
-
Tú
también - dijo
Nos
despedimos y me entretuve para mirarla hasta que giró en una esquina y me sentí
lleno de algo que desconocía, que oprimía mi corazón y hacía estallar mi
atonía.
Consciente,
daba una vuelta de tuerca a la sinfonía de mi pasado, un pasado que volvía a
vivir, de nuevo joven con mi espíritu maduro.
/////////////////////////
Era martes doce de Enero, el
día de mi cuarenta cumpleaños. Mariola me había dado la noche anterior mi
regalo, un bote de colonia de marca y una corbata roja que colgué junto a mi
traje preferido esperando alguna cena o la boda tardía de algún amigo.
La miraba dormida y me
atormentaba el daño consciente que podía hacerle mi mente dudosa. Era sombra en
mi desierto, un barco para un naufrago a la deriva, que soy sin remedio,
incluso como luz a un ciego.
Era todo para mí, sin
embargo…
Recordó María Teresa la fecha y al acabar la clase se acercó a felicitarme,
también un compañero y el director de la escuela. Salimos los tres bromeando
con el declive que supuestamente iniciaba hasta irnos separando y continuar con
María Teresa hasta la plaza.
-
No te apures que
no es ninguna frontera que te impida regresar a
tu esencia – me decía aún entre
risas
-
Podemos ser a
cualquier edad un niño o un anciano – dije
- ¿Qué eres tú?
-
¿Para ti?,
siempre aquél niño tímido que frenaste en su huida
Sonrió y volamos juntos hacia
el recuerdo del momento en que ella se acercó a mí en el instituto y enfrentó
sus palabras a mi silencio. Callamos. Caminamos en silencio ofreciéndonos todo
el cariño que podrían estropear las palabras.
//////////////////////////////
Llegaba
a mi barrio cuando la palabra “empollón”, machacona en su acento, envuelta de
risas y alguna piedra me bajó de la nube a la vida que ya no era la mía. “El
Flecha, “Marianico” y “el Pirulo” no me daban miedo y me acerqué a ellos. Se extrañaron de mi
actitud y me esperaron desafiantes.
-
Me
gustaría jugar con vosotros – se revolcaban de risa, no podían creerlo – lo
digo en serio
-
¡Vete
a la mierda!
Mi
hermana, asomada a la puerta, entró al interior a avisarle a mi madre de mi llegada.
-
Hoy
te has retrasado – dijo mi madre. Se llama María y aún viste de luto la muerte
prematura de mi padre hace nueve años
Ayer
le hubiera contado que he hablado con una chica pero preferí guardar mi primer
secreto.
Mi
hermana, en cuanto tuvo ocasión, me puso cara de asco porque a una íntima amiga
suya le había metido mano.
-
Eres
un guarro – me sopló al oído cuando “Blonde on blonde” giraba dispuesto - ¡no
volveré a juntarme con esa!
-
¡Pero
si no ha pasado nada!. No seas tonta, tu amiga ni siquiera me gusta – Luisa no
me importaba nada, ni me excitaba recordar su pecho plano como una tabla ni sus
manos torpes y era mejor ver volar las cenizas
-
Eres
un cerdo. Los hombres sois todos unos cerdos – gruñó antes de alejarse
Vivíamos bien. Éramos una familia acomodada con
fincas y varias casas alquiladas pero nada ostentosa. Ni atisbo de exceso
administrando mi madre nuestros cimientos para el futuro. Eso sí, veda abierta
a los libros y a algún vinilo a llanto y pataleo y así, flotando en mis sueños, siempre presentes, los
juguetes de otros.
-
¡Hermana!
– no le gustaba mi música y la sujeté cuando se dirigía a la calle – no
deberías pensar sólo en los libros, hay cosas también importantes
-
¿Sí,
cuales, barrer, fregar, casarme con un gilipollas?
//////////////////////////////
La imagen transparente y
persistente en el paisaje de María Teresa se transformó como por hechizo, al
acercarme a mi casa, en la de mi amada Mariola. Busqué las llaves y me dispuse a olvidar un nuevo día de mi
vida. Ni siquiera había visto el BMW y un Golf en la puerta. Encendí la luz.
-
¡¡Feliz
cumpleaños!! – Mariola y mi hermana María irrumpieron con alborozo en mi mente
ausente. No podía creerlo
Mi hermana, profesora
solterona, vivía en la capital desde hacía unos años al trasladarla desde su
anterior destino en Granada y nos veíamos como mucho dos veces al año. No solía
visitarnos en los cumpleaños.
-
Los cuarenta son
el final de la cuesta arriba y hay que dar ánimos – me dijo ante mi sorpresa –
he cambiado una clase con un compañero para comer con vosotros. Mejor al
mediodía pues no me gusta conducir de noche – tenía una fuerte personalidad,
sobras que yo echaba en falta
-
¡Vaya, cuanto me
alegra verte! – las besé a las dos – tienes seis meses que contarme
-
¡Tanto!, lo
recuerdo ayer. La verdad es que no ha ocurrido nada
-
¿Aún no te has
casado?
-
No te guasees de
tu hermana – Mariola fingió enfadarse
-
No me río. Me
jode su soledad
-
La soledad
persigue a solteros y a casados – era altiva, prepotente, imperturbable pero un
corazón abierto para quién supiera verlo
Sobre la mesa mi comida
favorita, cordero, y una tarta de moka dispuestas
a servir de mártires a mi estómago.
-
¿Sabes que tu
hermano está escribiendo una novela? – era una novedad y Mariola no dudó en
contarla
-
No sabía que te
gustara escribir. Siempre te ha gustado leer y escuchar esa música odiosa a
todo volumen. ¿Y qué escribes? – preguntó
-
No puedo
decírtelo – dije – además, es sólo un amago y no sé si un buen día lo quemaré
todo
-
¿Por qué?, no creo que sea lo que sea no merezca la pena.
Pienso que es la mejor manera de hablar lo que no podemos o sabemos decir a la
cara
-
¿De verdad no te
sientes sola? – le dije, eludiendo el tema
-
Para nada. Tengo
amigas con las que me reúno a veces y muchos niños alrededor como si fueran mis
hijos
-
Nosotros no
podemos ser más felices ¿Verdad, cariño? – dijo Mariola
-
Sí, es cierto
////////////////////////////////
Pisé
firme la senda desconocida, la que haría realidad los deseos olvidados y
comencé a recordar.
Buceé
en mi vida, en las mismas personas, en su misma actitud, siendo yo la única
diferencia.
Mi mirada gacha se elevaba asolando a las
miradas que no sabían mantenerse. Sabía lo que quería y cómo lograrlo. Era
fácil, sólo vivir como había hecho antes (por la nueva senda a golpe de machete)
los retazos hibernados que me desvelaba paso a paso esa cavidad secreta en mi
corazón.
No me sentía en una novela, era real y no
deseaba ser dueño de ninguna voluntad, sólo la mía.
Llamó
mi atención “el Pirulo” y me acerqué. No me pareció tan fiero sin compañía y
estaba preparado, sin embargo su actitud había cambiado.
-
Queremos
ir a la antigua mina, ¿Vienes?
No
quería ser un desalmado pero sí hacer lo que hacían, sentirme al borde del
abismo, estar con ellos entre los grupos de niñas ligeras y no imaginarlas
consolándome en la más absoluta soledad. Quería probarlo todo para después deslizarme por las alambradas
como una rata.
Pronto
supe jorobar a otras personas clandestinamente, robar cosas innecesarias por el
puro placer, disfrutar del sexo sin amor. Era suficiente.
No
olvidaba a María Teresa que vivía su doble vida con la misma natural intensidad.
Pero era incapaz de decidir ahora, eclipsado por demasiadas cosas nuevas.
////////////////////////////
Despedimos a mi hermana.
Abracé la cintura de Mariola
mientras observábamos su parsimonia en sentarse al volante e iniciar la marcha
y imaginé que era yo quién se iba, despidiéndome con la mirada fija en el
horizonte, comenzando mi viaje cruzándome o al mismo sentido que cientos de
rostros anónimos, personas que huían, como yo, hasta sentirme lejos de todo que
no de mí pues era una sombra alargada que regresó a su base, aturdiéndome,
como el despertar de un sueño ininteligible.
Dedicó un rato Mariola a su
jardín y yo dormí en mi sillón. Me despertó sobre las ocho.
-
He traído la
película de Yimou que te gustaba. La veremos durante la cena
-
¡Ah, gracias! –
tenía ganas de verla pero no puse demasiado entusiasmo, me agradaba el cine de
Yimou, su poesía visual, pero me
resbalaba la psicología oriental hoy que era incapaz de adentrarme en la mía.
Aguanté
la película hasta el final y me gustó
pero respiré aliviado en los títulos de crédito. Mariola estaba dormida y por
costumbre sintonicé una cadena al azar
que no le hablaba a nadie pues me acurruqué en mi sillón con una nueva hoja en
blanco dispuesto a encauzar el futuro de mi pasado.
////////////////////////////////
Hacía
unos meses que había cumplido los catorce y se aproximaba el final del curso.
El cinco como un ejército dominaba mi libro de notas sin interés en perder o
conquistar nada ni siquiera en Literatura o Pintura que era donde mejor nadaba
sin necesidad de moverme. Cansada de discutir conmigo, mi madre hablaba
constantemente de otras opciones pero yo aún no tenía nada claro. Sí, en cambio
el afecto a María Teresa que entorpecía gratamente con su presencia cualquier
sueño hasta reducirlo a cenizas.
-
Pronto
dejaremos de vernos – me dijo al salir de clase bastante nerviosa acunando sus
libros – me iré a Granada a continuar los estudios
-
Pero
no será para siempre – puse las manos en sus hombros para calmarla. No se atrevía a mirarme – podremos vernos durante el verano
-
Ya
lo sé pero no será lo mismo – del brillo de sus ojos azules rebosó una lágrima
y la abracé con todas mis fuerzas
-
Piensa
en mí aunque estés lejos y me notarás a tu lado. No estaré nunca lejos de
ti
Secó
de su cara la senda abierta a las lágrimas y no le importó que la vieran otros
compañeros que pasaban besarme en los labios.
-
Pídeme
lo que sé que sientes y me quedaré - dijo
-
Deseo
de corazón ser el mejor amigo de una bonita maestra – le devolví el beso y cogí
su mano temblorosa para seguir caminando
La
cara de mi madre auguraba tormenta que ya se encargó mi hermana de avisarme con
gestos ostensibles en la calle al verme llegar. Me obligó a sentarme en la mesa
y de pie frente a mi empezó a gritarme sin dejar de moverse.
-
¡No
pasa ni un minuto más!, ¡No consiento vagos en ésta casa!, ¡Todos éstos años esforzándome para que tú hagas con tu vida lo
que te da la gana!, ¡No lo consiento! – se ponía más histérica al notar que no
lograba amedrentarme
-
Tranquilízate
mamá que no es mi intención ser un vago, más bien todo lo contrario
-
¿Qué
quieres decir?
-
No
entenderías que esa vida no me hará feliz y quiero rectificar a tiempo aún a
riesgo de volver a equivocarme
-
No
te entiendo. ¿Qué qué?
-
No
puedo explicártelo y siento decirte que de ninguna manera quiero ser maestro
-
¡Me
partes el corazón! – se sentó al fin con la mirada perdida
-
¡Madre!
– le cogí la mano – yo no quiero ser como los demás, hacer lo que todos hacen,
quiero hacer mis propias cosas, tener mis propias ideas y construirlas
-
¡Un
artista! – respiró vencida - ¡Un jodido artista!
-
Quiero
pintar, quizá escribir
-
Tendrás
que ir a alguna escuela o taller, ¡qué sé yo!,
para esa estupidez - susurró
-
No.
Lo haré por correo, además pienso trabajar cuando acabe el curso
-
¿Trabajar,
en qué?
-
Quiero
ser albañil
-
No
lo consentiré, eso ni muerta
-
Lo
siento, madre pero estoy decidido
//////////////////////////////
Estoy despierto y aún no ha
amanecido aunque un leve destello en las sombras anuncia el albor de la mañana.
Miro al despertador y son las siete de un miércoles trece de enero. Un día
clónico que no sé por qué recuerdo su cara y su nombre, tal vez porque es mi
primer día en el arduo camino en los cuarenta. Una anécdota y pronto me
olvidaré de ellos entre fecha y fecha señalada como atrapado en una masa
gelatinosa. Viéndoles, siempre, sin saber separarlos ni siquiera en los
interminables fines de semana.
Apoyo la cabeza en mis manos
con los brazos en jarras y fijo la mirada en un punto del techo. Y me alejo, me
alejo al infinito.
Mariola abraza dormida mi
cuerpo atrapado en su inmovilidad como poseyendo un tesoro sin saber que el
interior estaba lejos, abrazaba con ternura inconsciente un cuerpo vacío, un
cuerpo inmóvil del que recibía calor.
Y todo era hermoso y extraño.
Era feliz y estaba triste. Gritaba al viento mi plena libertad y estaba triste
como un pájaro que vuela ausente hasta que se tensa y le estira la cuerda en su
pata.
Regresé abriendo los ojos
como platos al despertador que sonaba. Eran las ocho.
/////////////////////////////
Mi
madre clamaba al cielo y ya lo había visto otras veces.
-
¿Qué
ha ocurrido, Señor?, ¿Por qué ha cambiado?
-
Soy
el mismo, mamá
-
Ya
no te juntas con tus amigos de siempre.
Ahora vas con esa chusma. No te entiendo
-
Mis
amigos son unos idiotas y estoy harto de comedia, ¡Pasear, ir al cine, nada de chicas!. además
éstos no son chusma, son personas
-
De
ellos no aprenderás nada bueno
-
Mamá,
de lo bueno o lo malo siempre se aprende
-
Reconoces
que es malo
-
Reconozco
que para saberlo hay que vivirlo
Salí
al patio y busqué en el porche entre los discos “Los tiempos están cambiando”.
Penetró a todo volumen en mis oídos y en el aire profundo que respiraba
diluyendo las lloreras de mi madre y canté machacando las notas a mi hermana
que me miraba recelosa sin entender mi rebeldía.
María
Teresa en los últimos días del curso se sorprendió negativamente cuando decidí
decírselo
-
¿Albañil?
-
No
te sorprendas. Puede ser algo hermoso. Ver nacer cosas con tus propias manos,
moldearlas, dispersas por la ciudad haciéndola más hermosa. Desnudarlas y
vestirlas a la moda o caprichosamente, ¿no crees?
-
Es
un trabajo duro para personas que no puedan aspirar a otra cosa, no para ti
-
Esto
es lo que deseo pero no quiero ser uno más entre todos sino distinto y
fosilizar mi huella además también voy a estudiar pintura por correspondencia.
Sabes que me gusta
-
Sí
y lo haces bien pero… – se irritó de pronto y pataleó - ¡No es serio lo que me
dices!
-
Pensé
que lo entenderías. Lo siento
-
Siento
que arrojes tu vida a la mierda – gritó y se alejó de mi a toda prisa, pensé que para
siempre
Me
sentí solo, soportando las miradas de los compañeros que pasaban y la fijeza de
una niña rubia, canija, algo menor que yo y que no había visto antes.
////////////////////////////////
Treinta minutos.
Tiempo programado suficiente
para sin estorbarnos en el aseo y el desayuno, salir por la puerta distanciándonos
desde un beso hasta nuestro trabajo yo a pie y ella en coche a pesar de la
cercanía y la distancia empleando más o menos el mismo tiempo.
Como cada mañana no entraba
en clase hasta no haber visto y saludado a María Teresa. Hoy vestía un traje
chaqueta marrón y me ofreció su mejor sonrisa.
Tras de la puerta treinta y
nueve adolescentes cesaron su algarabía al sentir girar la manivela y me dieron
los buenos días casi en una sola voz.
Me gustaba el tema que
ocupaba buena parte de la clase, la poesía del siglo XX e intenté disfrutarlo
aunque conocía cada verso del libro y destrozaban su sentido los titubeos de los alumnos que leían.
Llegué a casa y limpiaba
Jacinta, una vecina, viuda muy entrada en carnes, que lo hacía a fondo los días
trece y catorce de cada mes. Estaba en casa todo el día y comía con nosotros.
Nos saludamos cariñosamente con un beso y continuó su labor ajena a mis miradas
furtivas.
//////////////////////////////
El
padre de “El flecha” era Maestro de Obras y me ofreció trabajo en su empresa a
primeros de julio.
Puse
todo mi interés regalando esfuerzo; también en mis ratos libres iniciando el
curso de pintura.
Fueron
varios años de prácticas envuelto de un terremoto permanente al que no me costó
adaptarme - al mal humor de mi madre, la prepotencia de
mi hermana, la indiferencia tal vez forzosa de María Teresa - de la manera más
simple que es huir hacia adelante.
Con
dieciocho años lograba mantener en pie pequeñas cosas en mi trabajo y me aficioné a retratar en lienzos a
mi ciudad entre algún amago que
nacía recogiendo mi tormento.
Y
raras veces salía con mis amigos. Fumaba y bebía aunque no en exceso y muy de
vez en cuando hacía el amor a Adelina, una espigada y sucia morena que se acostaba
con todos.
/////////////////////////////
-
¿Qué te parece mi
jardín? – Mariola después de la comida se recreaba en él desde la ventana y me
acerqué abrazándola por la espalda
-
La verdad es que
las flores no deben quejarse de tus manos
-
¿Y tú, qué opinas
de mis manos?
-
¿Soy una flor de
más de tu jardín? – la hice contonearse eludiendo mis cosquillas
-
No digas eso. No
seas tonto. ¿Qué te ocurre, te veo extraño éstos últimos días?
-
Tú no te reduces
a tus manos – dije en un doble sentido estúpido eludiendo su pregunta
-
El resto también
te adora
-
Pero no soy
ningún rey al que adorar
Su sexto sentido le hablaba a
voces. No giró la mirada, se acurrucó en mí observando en la lejanía.
-
¿Recuerdas el día
que te fijaste en mí a los dieciocho? – dijo
-
No lo he olvidado.
Podría describirte como si te viese ahora
-
Fuiste con otra
chica a la fiesta y la dejaste tirada para estar conmigo
-
¡Pobrecita!, dejó
de hablarme. Me dejaste aturdido y no supe reaccionar
-
Me invitaste a
bailar y me hizo mucha gracia lo patoso que eras
-
No sabía, nunca
me ha gustado
-
Desde entonces no
nos hemos separado. Casi toda mi vida he estado contigo,
mucho tiempo antes de aquel día
-
Eso es nuevo para
mi
-
Desde los diez
años me quedaba embobada cuando pasabas por mi lado. Enamorada como una tonta de
tu aire huidizo abrazado a tus libros
-
Un empollón
centrado en su mundo. No veía a nadie
-
Era una niña
flacucha y lisa como una tabla. Abriste los ojos para verme en el baile y me
hubiese muerto si no te gusto
-
Un hechizo del
que me costó recuperarme
-
Desde siempre tú
estabas cerca para poder mirarte. Me enfadaba mucho cuando se te acercaba la
solterona
-
¿María Teresa?
-
A esa prepotente
la hubiera estrangulado pero tu actitud era muy distante con ella
-
Era horriblemente
tímido
-
Dime, ¿Te gustaba
aquella chica?
-
Ahora es una
buena amiga y no tiene sentido recordar eso
-
Te seguía muchas
veces y intentaba pegarle a esos niños odiosos que se reían de ti. Te veía con
tus amigos y me reía al verte reír, me sentía triste cuando tú lo estabas
-
No te recuerdo.
Puedo jurártelo
-
Respiré aliviada
cuando mi cuerpo comenzó a gustarme pero no hice nada para que te fijases en
mi, sólo estar cerca y esperar
-
Aquel día me
impresionaste y no te había visto antes
-
Dime, Agustín,
¿crees en el destino?
-
No lo sé, tengo
dudas. Dos personas pueden estar predestinadas pero también creo que hay muchas
situaciones que influyen
-
¡Qué tonto eres!
Yo te amaba sin saber quién eras. No sé
por qué sabía que eras para mí
Se volvió para perderse en mi
mirada despegando sus labios a los que no puede resistirme.
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Flotando
en el universo la silueta de un hombre maduro observaba a través de una ventana
otras muchas ventanas como peldaños de una escalera descendente y en ellas
desdibujado, casi imperceptible su cambio en el tiempo hacia su principio era
sin duda mi mejor obra y me sentía satisfecho viéndola entre todas en la gran
sala de la Casa de la Cultura de mi ciudad dispuesta para abrirla al
público. Una exposición que coincidía
con las fiestas de julio y había aceptado el Ayuntamiento al considerarla en su fiel retrato de la
ciudad cuanto menos, en la ocasión, interesante.
Al
fin una leve satisfacción para mi madre, alegre como una niña en su interior
mostrándome su fachada de roca. No sabía engañarme, era tierna como un gatito y
quedó muy satisfecha.
-
Estoy
orgullosa de ti – entre el jolgorio y
los halagos de sus amigas se acercó y se despidió con un sonoro beso
Podían
ver la ciudad pintada como en una
colección de fotografías. Era simpática, curiosa para los vecinos. Con el tiempo podría ser objeto de culto pero yo
sabía que éste no era el camino y aunque fuese la herramienta de mi formación
me interesaban mucho más quienes opinaban sobre los lienzos que estaban
entremezclados. Diferían demasiado del resto y eran como un reto, en el fondo
mi verdadera pasión y sentimiento hacia esa vocación que manaba de lo más
profundo de mí.
Me
rompió el corazón María Teresa que paseó hermosísima sus diecinueve años entre
un grupo de amigos regalándome un gesto seco sin acercarse. No importaba,
pensé que la amaría siempre a pesar de todo.
Muy
efusivo mi grupo de colegas, orgullosos ante los presentes de mí sin entender nada mi
trabajo. Candorosa mi hermana lejos de su actitud distante que solía
molestarme. Autoridades dispersas con sus parejas, personas influyentes de
diversas áreas y golpecitos en el
hombro.
Uno
de los días casi a la hora del cierre, distraído con en el desenlace de una
novela, no había reparado en una muchacha menuda de pelo rubio corto, suave y delicadamente
resuelta su figura, de espaldas a mí y abstraída en mis cuadros más
surrealistas. Saltaba, tras un buen rato de reflexión, de uno en otro, obviando las postales de la ciudad.
Dejé
el libro y me acerqué lentamente sin dejar de observar sus gestos elocuentes.
Se giró a mirarme y mi corazón galopó sin control como un caballo desbocado. Su
cara era un oasis en el desierto, demasiado frecuente de mis ojos, una cara
perfecta para pintar a una Virgen.
Sonrió el atropello de mis primeras palabras. Creí conocerla aunque no
estaba seguro.
- Le interesa la pintura
– balbuceé
- Me gusta
- ¿Qué le sugiere éste
cuadro? – mi timidez era exasperante y sentía rabia
- Refleja su estado de ánimo
- ¿Mi estado de ánimo?
- Parecen sombras que
impiden acercarse la luz a sus ojos,
como un amanecer en un perpetuo amago
- ¿En serio?
Su
mirada penetró en mi interior estremeciéndome.
- Creo conocerla. ¿Es de
la ciudad? – acerté a decir con atropello
- Nací aquí. Ahora
estudio en Granada para ser maestra. Me llamo Mariola – me ofreció su mano
suave y cálida
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Un día más navego a mar abierto. Reina la calma y me
siento incómodo, angustiado. No disimulo mi actitud y Mariola lo nota, también
María Teresa que al saludarme me pregunta qué me ocurre. No ocurre nada y nada
puedo contestar.
Acabo la clase como alma en pena siendo el murmullo
al salir de los chicos un tropel de grillos en mi cabeza.
Penetra entre ellos una voz
tierna, como una mano amiga.
- ¿Cómo estás, qué te ocurre, Agustín? – dijo María
Teresa preocupada
- No lo sé, creo que no es nada – ni siquiera podía
mirarla – un descenso inesperado a mis infiernos
- Debería verte un especialista. No puedes estar
constantemente deprimido
- Pero ahora es el Cielo donde me siento
- ¡No seas tonto! – dijo poniéndose colorada
- Me ocurre siempre cuando te veo – al fin pude apoyar
mi mirada en sus ojos
- Me alegra mi influencia externa porque no te
consentiría otra cosa – solía defenderse de mí o de ella misma
- No te asustes. Sólo eres una gran amiga a la que quiero demasiado
- ¡Vaya, qué sorpresa! – dijo con ironía para ponerse
muy seria – sabes que por ti haré cualquier cosa que esté en mi mano
- ¿Invitarme a un café en “Los Cisnes”?
- De acuerdo pero no ahora que es hora de comer
- ¿Ésta tarde a las seis?
- Vale
No dije nada a Mariola de la
cita y me excusé con un paseo. Hacía una bonita tarde aunque algo fría y paseé
hasta un momento antes. Me senté en una mesa apartada y no tuve que esperarla.
Brillaron sus ojos al verme y desnudó el abrigo largo su figura tantas veces
dibujada.
- Has sido puntual – dijo
- Acabo de sentarme. He estado más de una hora paseando.
Hace una tarde estupenda, demasiada calor para ser enero
- No me gustaría que esto fuese una cita que se pudiera
malinterpretar – dijo amparada en su inaccesible muralla
- No seas infantil. Somos dos amigos que han coincidido
casualmente y toman un café juntos
- Pero no es así
- Sólo quiero hablarte. Contarte cosas y que tú me
cuentes...
- Mi vida es terriblemente aburrida y hermosamente
estable, ya lo sabes
- No te has casado...
- Fue una opción hasta hace dieciséis años, ¿No es eso
lo que deseas saber? – la amargura arañaba sus palabras
- Lo sé y saberlo me parte el corazón. Siempre has
estado muy lejos de mí
- Juegos de niños. Agua pasada. Aunque nada
impedirá mi aprecio. Yo te querré siempre
- Mi timidez era una coraza. Temía que me rechazaras y
perderte del todo. Fui un idiota
- Ha pasado y no tiene sentido recordarlo. Ahora me
alegra que seas feliz, también por Mariola. No deseo de ti más que tu amistad
sincera y tu respeto a Mariola
- Sería incapaz de hacerle daño, la amo demasiado. Pero tú de alguna forma también estás dentro
de mí. Un amor distinto al que me he sometido. Ya no sufro aunque a veces
desearía abrazar tu soledad y resarcir la culpa que pueda haberte ocasionado
- El destino nos mantenía cerca pero no para escribirlo
juntos
- ¿Tú también crees que el destino es impuesto? – temblaba su mano
y deseaba apretarla pero me contuve – Si no hubiera sido tan tímido, si me
hubiera acercado a ti con otras palabras, quizá habría sido distinto
- No lo creo y dime ¿por qué tus dudas, por qué ahora? –
preguntó resurgiendo desde lo más hondo
- Porque soy feliz. Soy tan afortunado que he llegado al
final de mis sueños y no sé continuar.
Tengo cuarenta años y he conquistado mi montaña. No sé vivir más, amar
más, ser más de lo que soy. Ahora mi vida vive el pasado buscando donde me
equivoqué y el porqué
- ¡Qué bobo eres!, da igual los errores que hayamos
cometido, ya no hay remedio, y recordarlos sólo hará que crezca la rabia. Yo
estaba destinada a amar a la persona equivocada, así de simple, así de
terrible. Tengo claro que si retrocediese en el tiempo no podría pasar por tu
lado sin verte ni enamorarme de otro
- A eso me refiero. Cuando nos conocimos no había nadie
en mi vida ¿qué nos hubiera impedido estar juntos? Lo demás hubiera resbalado
porque no tendría sentido
- Siempre nos ha separado una barrera, tu timidez, mi
familia y sus aires de grandeza, las distintas universidades, Mariola. En éste
momento también nos impide perder la cabeza el sentido común – no le importó
coger mi mano al verme perdido en mis ideas – Debes volver a quererte como eres
que es como yo te quiero
- Estoy escribiendo una novela – le susurré mi secreto
- ¿Qué?
- No es exactamente una novela. Es algo difícil de
explicar
- ¿Escribes algo difícil de explicar? – no disimuló su
asombro
- Es un viaje al pasado y doy vida a mis deseos
olvidados, aquellas cosas que no he hecho y me roen por dentro
- Pero así es absurdo, Agustín, dominas las voluntades. No es serio. Me parece
una estupidez
- No entiendes nada. No sé que ocurre pero sólo domino
la mía, lo demás gira con vida propia y lo reflejo tal y como siento que ocurre
- Te será fácil dominarme, encerrarme en una mazmorra y
destrozar una hermosa amistad
- Por eso quería hablarte. Es mucho peor que eso porque
no logro acercarte a mí y sin proponérmelo ha aparecido Mariola como una diosa
a la que adorar
- Te lo dije
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El
veintiuno de julio era el último día de la exposición y en la hora del cierre
no había nadie por lo que me dispuse a recogerlo todo y embalarlo en cajas
atascando, en improvisado furgón, mi SIMCA 1200. Había tenido alguna petición
de compra aunque no en firme y debía estudiar el precio para visitar a los
interesados. No era mal principio y me debatía entre números cuando Jacinta los
dispersó como una bomba.
Jacinta
era una limpiadora con la que me cruzaba todos los días en la salida, bien
entrada en la cincuentena y en carnes, y que me regalaba algún movimiento
lascivo creía que intencionado aturdiendo los cimientos de mi símbolo de mujer
en la extrema delgadez que hasta ahora había enfrentado.
Quedaba algún cuadro colgado y soltó la
fregona para mirarlo.
- Pinta usted muy bien –
dijo sin dejar también de mirarme
- ¿Le gustan?
- No se fíe de mi opinión
pero sí que me gustan – me miró agachándose a coger el cubo y al descolgarse
sus senos mi cuerpo dio un vuelco - ¿Le importa si friego por aquí?
Dejé
de tocar los cuadros para no dañarlos y me perdí en los movimientos de su
enorme trasero al compás de la fregona, de la piel blanca gemela de sus generosos
pechos que bailaban al agacharse. Frenó en su trabajo al notar mi mirada
insistente y después de mirarme fijamente desabrochó algún botón de su uniforme
para alboroto de mi corazón.
- Cierre la puerta – me
dijo subiéndose la falda azul y tendiéndose sobre una alfombra
No
pude pensar pero deseaba como un loco subirme encima de aquella mole y apagar
el fuego como un héroe solitario. Acabé exhausto cuando tal vez ella no había
comenzado pero no era éste el lugar adecuado para relajar la mente. Temía que
alguien con llave pudiese entrar así que calmamos el ansia para volver a
nuestra tarea. Pero el fuego no se había apagado y tras asegurarme de que no
había nadie cerca entré de nuevo en ella recreándome ahora en el tiempo para su
agrado. Fue intenso y aún la apoyé sobre una mesa para hacérselo una tercera
vez.
- Es usted una fiera –
dijo contoneándose agradecida
Me
recompuse y lo recogí todo rápido para salir de allí frenando enrabietado algún
que otro amago.
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Mariola despertó de un
programa de televisión y se giró al oírme entrar al salón. Me acerqué a
besarla.
- ¿Es interesante? – le pregunté
- ¡Bah, basura! Pero me mantiene distraída ¿Y tu paseo?
- He ido a “Los Cisnes” y estaba María Teresa. He tomado
un café con ella – no podía evitar molestarse pero preferí decírselo
- ¡Esa bruja!
- ¡No seas tonta! Ha sido una charla entre dos buenos
amigos. Será siempre una amiga aunque a ti no te guste – apretó los labios y
parecían los de un pato - ¿Estás celosa?
- ¿Yo? – se levantó y se acercó a buscarme las
cosquillas y abrazarme – ¡pues claro que estoy celosa!. Y mucho más de esa que
sé que te importa
- Sólo me importa como amiga
- Me fío de ti – me besó – pero ella no me gusta
- La juzgas mal. Debería presentaros
- Sé que no debo ser su amiga – ahogó mi respuesta con
sus labios, con su lengua juguetona
- ¿Se ha ido Jacinta? – dije al parar a tomar aire
- Podemos hacerlo aquí mismo
- Creo que no me apetece
- ¡Qué sorpresa, sería la primera vez! – sabía mostrarse
como si no la hubiese visto antes, el mismo manantial de agua nueva, fresca
donde sumergir mis manos y dejarme arrastrar hasta ser parte del río de
palabras de amor y caricias
Efímero paraíso.
Estaban entrelazados nuestros
cuerpos desnudos en el sofá y sin embargo vagaban mis ojos cerrados por un horizonte
de desolado y silencioso desierto.
Mariola, plena, dormía satisfecha y segura. Abrí entonces los ojos y me
libré de su lazo de seda para ponerme de pie y mirarla rociando de ternura su cuerpo que
había madurado en mí, evocando tantos hermosos recuerdos, también imaginando en
ella a María Teresa con su cuerpo distinto y sus ojos abiertos.
TO BE CONTINUED...
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