En Bailén, como en cualquier lugar de España, hemos celebrado la victoria en el Mundial con algarabía. Aficionados o no al fútbol han mirado sólo de reojo lo problemas que nos traen a mal traer y sumado su alegría y sentido patrio al de todos.
Ha sido un sentimiento inolvidable. Unas semanas de incertidumbre, de fiesta, sin pensar en otras cosas que ya estábamos echando en falta, que necesitaban de corazón unos cuerpos amoldados a una obligada rutina. Fue bonito mientras duró. Y bonito queda el recordarlo. Poco más. La vida que teníamos no se ha marchado, ni ha mejorado por este hecho, puede que incluso a algunos le pida cuentas por el gasto excesivo en celebrarlo.
Y ahora estamos en Fiestas, nuestras Fiestas, y con ellas para la mayoría unos días de vacaciones. Fiestas que obligan, tanto para el que se quede como para el que decida marcharse, a afrontar un gasto asumible, o que venga a la postre a machacarlos.
La fiesta, las Fiestas, están bien, siempre han sido un bálsamo para un año de duro trabajo. Pero este año, para muchos, más bien parecen un problema añadido.
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