(1)
El
tiempo camina.
Subebaja
e
imita la infancia de una calle
en
blanco y negro. Y hace de ella
un
flash de identidad, un instante
perdido
que exhibe su nombre
con
alma dentro. Como un río de orillas
blancas
con cuerpos de piedra
que
miran lejos: la espalda de luto,
la
constante conversación con el guardia civil,
la
niña distraída, el perro
que
duerme para siempre, el burro,
chuleando
al empedrado,
y
la iglesia,
al
fondo,
firme,
indemne,
-ella
sí-
hacia
lo eterno.
(2)
A
las sombras y al agua
las
añora un desierto,
y
a los viejos
las
una de la tarde.
A
la primavera de una plaza,
reducida
a
un suelo de ceniza,
no
le crecerá la hierba.
La
tierra tiene coche
y
el cielo pasa hambre.
Es
lo moderno,
aparcado
de por vida
en
la memoria,
en
otro triste y gran adiós
al
hombro/e.
(3)
Aquí
bebemos por la tapa.
Comer
es, por tanto,
el
que bebe. Aquí
todo
bar tiene de tapa
su
historia, si tiene historia.
Somos
así.
Si
llena los ojos
alegra
el vaso y llena y llena
cuerpos
de luna eterna.
De
aquellos que fueron
aún
ronda el alma
por
la carne que despunta
en
abundancia. Y a esos, les damos
apreturas,
ruido, suciedad,
y
los cuerpos muertos como cultura
del
abandono (sabemos morirnos).
(4)
Nuestra
alma es de barro.
De
barro nos moldean
el
nombre nuestras raíces.
De
barro es la bonanza,
nuestro
as de corazones.
Barro
que,
si
construye y decora
amamanta
soplos
de
rutilante eternidad,
pero
solo es tierra,
si
no llueve.
(5)
Es
nuestro lienzo,
insigne,
verde,
que
la noche madura.
Que
extiende el paisaje
hasta
que el puño lo oprime
y
los ojos se derrumban.
Un
largo Paseo que habla
al
tiempo despacio,
palmera
tras palmera,
de
las paredes del mundo,
y
viste de calle o fiesta
a
un apacible quietud de horas.
Va-y-ven,
hasta que al azul
que
acoge la luna desaloja,
quedando
apenas una sombra,
alguna
mano prendida
al
silencio diáfano del granito,
entre
los lejanos gemidos del agua
y
el monumento a la memoria
presente,
si
la paz que enarbola
es
antesala de la noche.
(6)
Reina
en su pedestal
o
peregrina sobre la luz
que
nuestros ojos sostienen.
La
esperanza le late
de
los mundos que abre
-las
secretas conciencias
son
de gritos sin aire-,
ella
sabe de reinos
que
sustenta el alambre,
de
las manos que la izan presa
de
sus aires celestes,
de
tantos y tantos besos de carne,
de
diamante siempre,
de
las manos mudas
que
por amor se mueven,
ella
sabe de mares
y
de sueños de nieve,
del
lugar del corazón
donde
nadie es transparente,
si
somos hijos del sol
y
del cielo más verde,
de
la sed que apuñala,
de
la sangre que muerde,
y
ella de todos la madre
que
casi nadie merece.
Pero
a todos, sin excepción,
a
todos el alma yergue.
(7)
Julio
llama a la calor
para
gustarse en el espejo,
volver
a los cuarenta y pocos
con
un lento batir de alas.
Julio
hace el amor a la playa
y
aquí nos besa con luz materna.
Por
todas partes luce desnudos
y
gemidos a la sombra.
Bebe
en botijo y abanica
rostros
de cera.
Al
trabajo va cayendo
hasta
ser un carbón en la siesta,
o
lo hacina al aire
de
sus zonas muertas.
Julio
tiene en su batalla
unos
días de ser de luna
para
volver a ser oro en plata
y
del cuerpo a la deriva.
Luego
vive como siempre,
con
la sangre mordida,
en
el mar acaso
o
ardiendo de la dicha,
hasta
que renazca el nombre
de
otro agosto aplicado
en
su doctrina, pero nunca sombra
del
mes más nuestro.
(8)
Hay
calles apretadas entre los muslos
y
otras abiertas al mundo,
calles
para cuatro
y
otras donde el cuerpo se prolonga
luciendo
adioses bien pintados.
Hay
calles de mecida rutina
donde
morirse temprano,
y
otras de solteros mudos
y
noviazgos bien cantados
-desde
el helado al yeyé
los
corazones en blanco-,
calles
de da igual el nombre
y
otras de secar los labios
si
están al pie del aire
con
nuestros mejores años.
Calles
de piel y arena
y
otras de tacón y traje,
donde
verse
y
volverse a ver
tras
los caminos al hambre.
(9)
Quienes
la llaman tonta
y
se ríen
son
los/las que lo hacen,
si
ese ser que tuvo su origen
en
la luz de la inocencia,
y
alcanzó solo el mundo
que
le ofrecieron las sombras,
vive
bajo tierra en libertad
por
andar sin alas.
Ser
así enarbola ese veneno
y
ni a sus vacíos pregunta
como
mostrar su lucidez.
Su
historia, del/contra el mundo real,
ignora
que integra nuestra historia
y
con un nombre
que
por tonta no atiende.
(10)
A
una ciudad
se
le quiere el nombre
y
se le ama un barrio.
En
los olvidos del hombre
viven
los siempres de niño.
La
raíz se lleva a cuestas
y
otro árbol es del aire.
Así,
en todo lo que nazca grande,
estará
lo diminuto,
y
en mí:
cuatro
calles, una fachada blanca,
un
veintinueve,
mi
madre,
la
plaza... y en ella la fuente,
el
cantarico...
roto...
No hay comentarios:
Publicar un comentario