Fluyen
los ríos
sin
cauce,
desde
hace tanto,
y
el agua escapa de las alas,
libre
de mar, a la muerte
en
la piel sinuosa y la sed
infinita
de
labios y olas azules,
entre
piedras derramadas
y
ojos a dolernos,
náufragos
de la lluvia,
blancos
ya de la ceniza,
atados,
bajo
el peso de la luna,
a
los quisieras,
a
la fuente y los regueros,
por
los hilos de la sangre que ama.
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