juanitorisuelorente -

domingo, 14 de octubre de 2018

COPLAS A LA MUERTE DE TU AUSENCIA

(Imagen de la red)















I
Nunca había tomado tierra
el cariño de un vacío
vagabundo,
y en los pilares que aferra
quedan restos que porfío
por el mundo.
De tan lejos, por el hambre,
se marchaba y no volvía
lo pequeño,
solo amor en el alambre
que en los días se mecía
como un sueño.

II
En esas tibias sensaciones
que atesoro en la memoria
como instantes,
fueron los más fríos dones
elevados a la gloria,
por gigantes.
Tras la muerte no hay amparo
en la voz de la conciencia,
ni respiro,
nada vuelve fuerte y claro,
ni confunde en la evidencia
su suspiro.


III

Lo que arde se resquebraja,
si en el tiempo solo hay hilos
a la tarde,
y a lo nimio se rebaja,
descendiendo el ser pupilos
del alarde.
Si a lo oscuro y prepotente
no le cabe el mar al hombro
ni el espacio,
tan cerrado a lo indigente,
tan abierto a ser escombro
su palacio.



IV

Para ser vertido al viento
hay poder en nuestro muro,
y la hiedra,
junto al firme sentimiento
del corazón maduro
de la piedra.
Avanzando en su naufragio
el amor cuadriculado
es cortante,
y desde niño ya presagio
que ambos hemos heredado
lo distante.



V

Si fuimos apenas restos
caminando por la orilla
de la sombra,
y sin el brillo de los gestos
una mirada sencilla
ni nos nombra.
Cuantas veces viajando
con la noche por testigo,
en silencio,
en los gestos respirando
cada imagen a mi abrigo
que secuencio.



VI

De palabra no hay te quieros
ni tras lenguajes cogidos
de la mano,
sino latidos rateros,
caminos entretejidos
a lo vano.
¿Qué muestra así lo sentido,
sin raíz en el adentro
a su altura?
¿A qué fondo sigue asido,
que ni a impulsos no te encuentro
la ternura?




VII

Fueron tiempos de rencores,
de buscar tu voz amable
por el suelo,
de morirme entre las flores
del corazón penetrable
de mi abuelo.
De beber tu mar de lejos
paseando sin mirarte
por la arena,
con los pensamientos viejos,
como quién crece en el arte
de la pena.




VIII

Fueron tiempos de ascender
por las agrestes laderas
a mi cumbre,
de momentos de aprender
y cumplir mis primaveras
en la lumbre.
¡Cuanto tiempo hemos perdido!
¡Cuantos cielos de la tierra
bocabajo!
¡Cuanto lejos del oído!
¡Cuanto vacío nos cierra
todo atajo!




IX

Conducir hacia el fracaso
empuja aires que desnudan
tu presencia,
con tan horizonte escaso,
que tus ojos solo anudan
a la ausencia.
Otra piel que cae en las redes
que le exigen nuevos quiebros
a la noche,
y vagar por las paredes
codiciando a los cerebros
del derroche.



X

En tu tren me quieres hombre,
que conduzca en mis raíles
a tu suerte,
que mi tierno inicio alfombre
a tus años más hostiles
a la muerte.
Avanzó la lejanía,
lo inhabitable e imposible
de las cosas,
porque raíz no tenía
ni el jardín inmarcesible
de las rosas.




XI

¡Ay, del código que abate,
estrangula a lo sagrado,
desvalido!
¡Que en la cara falsa trate
que quede desdibujado
lo indebido!
Se me abre el mundo contrario,
y enredado entre sus pasos
me diluyo,
si regreso ami rol diario,
a los acasos u ocasos
que construyo.




XII

No lo llamo gesto innoble
sino el punto de la vida
derrotada,
ese instante del redoble
que te nombre en la salida
hacia nada.
Destinada a su misterio
nos humilla la aparente
cantinela:
Omisión y vituperio,
a la vida displicente,
y a capela.




XIII

Todo un mar de peces ciegos
que en su silencio caduco
perseveran,
y con egoísmo en sus ruegos
siguen el continuar farruco
que veneran.
Nuevo asalto a la familia
con el verbo de otras veces,
su veneno,
como esa fuente que auxilia
las sedientas pequeñeces
sin refreno.




XIV

Desde la edad más temprana
abriga mi mente un daño
sigiloso,
que asido a los huesos grana
como escudo siempre huraño,
nebuloso.
Ni a la juventud confunde
el fragmento de la urgencia
que acuchilla;
cada eclosión que se hunde
por frutos de la vivencia
sin semilla.



XV

Ningún cielo así se esboza
cuando al crecer el azul
se disgrega,
cuando la obra ni roza
el beneficio gandul
de la briega.
Y tras ese afán inútil
construye el alma deshecha
su espejismo,
si entre lo inmenso, lo fútil
es la mano que pertrecha
todo abismo.



XVI

¡Sed de fina mordedura!
¡Luz paupérrima!, ¡poniente
de la ruina!
Bajo la indemne cintura
de la juventud silente
y marina.
Hitos del abrazo amargo,
del espejo riguroso
y lo eterno,
de la lluvia, sin embargo,
del río más belicoso
y fraterno.




XVII

Tras lo baldío, la sangre
nos empuja al nuevo idioma
de los labios,
al vivir que no desangre,
al mañana que desploma
los resabios.
En la muerte de tu ausencia
fulge el dolor que en litigio
se derrama,
mas hay paz en la sentencia,
corazón en el prodigio
de la llama.





XVIII

No es un canto a lo veleta,
ni la huella bajo el lecho
de la roca,
sí la realidad concreta
que al destino mas derecho
descoloca.
Cómo nace en la penuria
la mirada con cimientos
de amargura,
y a tanta inquietud que injuria,
unida a sus cimientos
la atadura.




XIX

Eran flores del olvido,
pero en tu ausencia ya impera
su reverso;
cada muro derruido
a nuestra voz abandera
de universo.
Y a tu paso en la fatiga,
a sabiendas que en los gestos
nada cambia,
si de adentros es la espiga
que con los brotes molestos
se intercambia.




XX

Tuvo que llegar la muerte
a tu ser del mar, desnudo
y aterido,
para que el vivir liberte
a lo tan ciego y tozudo,
desleído.
Para que ausencias de antaño,
al igual que las refriegas
incesantes,
entrelazadas al daño,
queden como una luz ciega,
y de antes.




XXI

El creernos infinitos,
con la verdad inalterable
y sumisa,
lega a los mundos escritos
el rastro firme e insaciable
de la prisa.
Como andar verbos y puentes
sin la familia fundida
a los ojos,
perpetúa hilos carentes
de esa voz y sed que impida
los cerrojos.




XXII

Y tú, tan dueño, a una altura
que nunca compartió el roce
de mis dedos,
diste pompa a la rotura,
a que mi principio esboce
tantos miedos.
Perseverando en lo breve,
en las labores que truncan
los colores,
como dioses en la nieve,
cuando obsesionadas no inculcan
los amores.




XXIII

Siempre tuve en tu modelo
al hombre que no quería
parecerme.
Batía a tu esencia en duelo
como a aquello que debía
retraerme.
Sobre todo en la indolencia,
como herrumbre que al amor
desparrama,
siempre hollando en la cadencia
que mantiene la calor
del que ama.




XXIV

Y me fui uniendo al despliegue
que eludía lo tan triste
heredado,
abrazando en lo que llegue
a la lluvia que no existe
a tu lado.
Si además de padre, amigo,
más que amigo, ser hermano,
es mi anhelo,
el sentir siempre conmigo
a la sed que ahora afano,
nunca el hielo.


y XXV

Mas fuimos como la flor
que rodeada de maleza
se nos abre;
y nos inunda su olor
sin idioma que a pobreza
se apalabre.
No en vano un padre es la tierra,
la sangre, el alma, los lazos
con la muerte,
no hay que renegar si yerra,
ni intentar cambiar los trazos
de la suerte.



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