I
Nunca
había tomado tierra
el
cariño de un vacío
vagabundo,
y
en los pilares que aferra
quedan
restos que porfío
por
el mundo.
De
tan lejos, por el hambre,
se
marchaba y no volvía
lo
pequeño,
solo
amor en el alambre
que
en los días se mecía
como
un sueño.
II
En
esas tibias sensaciones
que
atesoro en la memoria
como
instantes,
fueron
los más fríos dones
elevados
a la gloria,
por
gigantes.
Tras
la muerte no hay amparo
en
la voz de la conciencia,
ni
respiro,
nada
vuelve fuerte y claro,
ni
confunde en la evidencia
su
suspiro.
III
Lo
que arde se resquebraja,
si
en el tiempo solo hay hilos
a
la tarde,
y
a lo nimio se rebaja,
descendiendo
el ser pupilos
del
alarde.
Si
a lo oscuro y prepotente
no
le cabe el mar al hombro
ni
el espacio,
tan
cerrado a lo indigente,
tan
abierto a ser escombro
su
palacio.
IV
Para
ser vertido al viento
hay
poder en nuestro muro,
y
la hiedra,
junto
al firme sentimiento
del
corazón maduro
de
la piedra.
Avanzando
en su naufragio
el
amor cuadriculado
es
cortante,
y
desde niño ya presagio
que
ambos hemos heredado
lo
distante.
V
Si
fuimos apenas restos
caminando
por la orilla
de
la sombra,
y
sin el brillo de los gestos
una
mirada sencilla
ni
nos nombra.
Cuantas
veces viajando
con
la noche por testigo,
en
silencio,
en
los gestos respirando
cada
imagen a mi abrigo
que
secuencio.
VI
De
palabra no hay te quieros
ni
tras lenguajes cogidos
de
la mano,
sino
latidos rateros,
caminos
entretejidos
a
lo vano.
¿Qué
muestra así lo sentido,
sin
raíz en el adentro
a
su altura?
¿A
qué fondo sigue asido,
que
ni a impulsos no te encuentro
la
ternura?
VII
Fueron
tiempos de rencores,
de
buscar tu voz amable
por
el suelo,
de
morirme entre las flores
del
corazón penetrable
de
mi abuelo.
De
beber tu mar de lejos
paseando
sin mirarte
por
la arena,
con
los pensamientos viejos,
como
quién crece en el arte
de
la pena.
VIII
Fueron
tiempos de ascender
por
las agrestes laderas
a
mi cumbre,
de
momentos de aprender
y
cumplir mis primaveras
en
la lumbre.
¡Cuanto
tiempo hemos perdido!
¡Cuantos
cielos de la tierra
bocabajo!
¡Cuanto
lejos del oído!
¡Cuanto
vacío nos cierra
todo
atajo!
IX
Conducir
hacia el fracaso
empuja
aires que desnudan
tu
presencia,
con
tan horizonte escaso,
que
tus ojos solo anudan
a
la ausencia.
Otra
piel que cae en las redes
que
le exigen nuevos quiebros
a
la noche,
y
vagar por las paredes
codiciando
a los cerebros
del
derroche.
X
En
tu tren me quieres hombre,
que
conduzca en mis raíles
a
tu suerte,
que
mi tierno inicio alfombre
a
tus años más hostiles
a
la muerte.
Avanzó
la lejanía,
lo
inhabitable e imposible
de
las cosas,
porque
raíz no tenía
ni
el jardín inmarcesible
de
las rosas.
XI
¡Ay,
del código que abate,
estrangula
a lo sagrado,
desvalido!
¡Que
en la cara falsa trate
que
quede desdibujado
lo
indebido!
Se
me abre el mundo contrario,
y
enredado entre sus pasos
me
diluyo,
si
regreso ami rol diario,
a
los acasos u ocasos
que
construyo.
XII
No
lo llamo gesto innoble
sino
el punto de la vida
derrotada,
ese
instante del redoble
que
te nombre en la salida
hacia
nada.
Destinada
a su misterio
nos
humilla la aparente
cantinela:
Omisión
y vituperio,
a
la vida displicente,
y
a capela.
XIII
Todo
un mar de peces ciegos
que
en su silencio caduco
perseveran,
y
con egoísmo en sus ruegos
siguen
el continuar farruco
que
veneran.
Nuevo
asalto a la familia
con
el verbo de otras veces,
su
veneno,
como
esa fuente que auxilia
las
sedientas pequeñeces
sin
refreno.
XIV
Desde
la edad más temprana
abriga
mi mente un daño
sigiloso,
que
asido a los huesos grana
como
escudo siempre huraño,
nebuloso.
Ni
a la juventud confunde
el
fragmento de la urgencia
que
acuchilla;
cada
eclosión que se hunde
por
frutos de la vivencia
sin
semilla.
XV
Ningún
cielo así se esboza
cuando
al crecer el azul
se
disgrega,
cuando la obra ni roza
el
beneficio gandul
de
la briega.
Y
tras ese afán inútil
construye
el alma deshecha
su
espejismo,
si
entre lo inmenso, lo fútil
es
la mano que pertrecha
todo
abismo.
XVI
¡Sed
de fina mordedura!
¡Luz
paupérrima!, ¡poniente
de
la ruina!
Bajo
la indemne cintura
de
la juventud silente
y
marina.
Hitos
del abrazo amargo,
del
espejo riguroso
y
lo eterno,
de
la lluvia, sin embargo,
del
río más belicoso
y
fraterno.
XVII
Tras
lo baldío, la sangre
nos
empuja al nuevo idioma
de
los labios,
al
vivir que no desangre,
al
mañana que desploma
los
resabios.
En
la muerte de tu ausencia
fulge
el dolor que en litigio
se
derrama,
mas
hay paz en la sentencia,
corazón
en el prodigio
de
la llama.
XVIII
No
es un canto a lo veleta,
ni
la huella bajo el lecho
de
la roca,
sí
la realidad concreta
que
al destino mas derecho
descoloca.
Cómo
nace en la penuria
la
mirada con cimientos
de
amargura,
y
a tanta inquietud que injuria,
unida
a sus cimientos
la
atadura.
XIX
Eran
flores del olvido,
pero
en tu ausencia ya impera
su
reverso;
cada
muro derruido
a
nuestra voz abandera
de
universo.
Y
a tu paso en la fatiga,
a
sabiendas que en los gestos
nada
cambia,
si
de adentros es la espiga
que
con los brotes molestos
se
intercambia.
XX
Tuvo
que llegar la muerte
a
tu ser del mar, desnudo
y
aterido,
para
que el vivir liberte
a
lo tan ciego y tozudo,
desleído.
Para
que ausencias de antaño,
al
igual que las refriegas
incesantes,
entrelazadas
al daño,
queden
como una luz ciega,
y
de antes.
XXI
El
creernos infinitos,
con
la verdad inalterable
y
sumisa,
lega
a los mundos escritos
el
rastro firme e insaciable
de
la prisa.
Como
andar verbos y puentes
sin
la familia fundida
a
los ojos,
perpetúa
hilos carentes
de
esa voz y sed que impida
los
cerrojos.
XXII
Y
tú, tan dueño, a una altura
que
nunca compartió el roce
de
mis dedos,
diste
pompa a la rotura,
a
que mi principio esboce
tantos
miedos.
Perseverando
en lo breve,
en
las labores que truncan
los
colores,
como
dioses en la nieve,
cuando
obsesionadas no inculcan
los
amores.
XXIII
Siempre
tuve en tu modelo
al
hombre que no quería
parecerme.
Batía
a tu esencia en duelo
como
a aquello que debía
retraerme.
Sobre
todo en la indolencia,
como
herrumbre que al amor
desparrama,
siempre
hollando en la cadencia
que
mantiene la calor
del
que ama.
XXIV
Y
me fui uniendo al despliegue
que
eludía lo tan triste
heredado,
abrazando
en lo que llegue
a
la lluvia que no existe
a
tu lado.
Si
además de padre, amigo,
más
que amigo, ser hermano,
es
mi anhelo,
el
sentir siempre conmigo
a
la sed que ahora afano,
nunca
el hielo.
y
XXV
Mas
fuimos como la flor
que
rodeada de maleza
se
nos abre;
y
nos inunda su olor
sin
idioma que a pobreza
se
apalabre.
No
en vano un padre es la tierra,
la
sangre, el alma, los lazos
con
la muerte,
no
hay que renegar si yerra,
ni
intentar cambiar los trazos
de
la suerte.
Buenas coplas Juan, Felicidades. Saludos,
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