Ella,
quizá sirena, pétalo,
latido
secreto de mi sangre, hila
versos
que hablan por mí. Ella,
acaso entre mis manos
racimo,
juventud, música en el
espejo,
escribe en mi azul de las
horas muertas.
Puede ser
tan larga confidencia, tal
sed
turbadora, tal horizonte de
aroma,
que no puedo dejar de ser
aire, aire, aire peregrino
que cobijen sus verbos,
árbol
que acaricie su relente,
pájaro
esclavo de su estrella.
Ella,
incluso apenas palpito,
imagen, ilusa
entraña en el alma, es como
nadie
esencia que trasluce futuro,
profunda
raíz que contradice a lo
vivido. Ella,
inefable amanecer, íntima
corona, infinita cima de la
lluvia,
circunda la llama,
e integra en los muros de la
carne
toda linde
con tan solo el amor como
testigo.
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