(Imagen de la red)
Maricón.
Hay que llamar a las cosas por su
nombre.
Tomar un atajo sólo conlleva tener
tiempo de aceptarlo.
Es así pero cuesta, más para alguien
que ha presumido de haber tumbado a las mejores –eso dice él y yo
tomo nota- . Un macho de bandera y ahora la bandera queda a media
asta, como de luto; lo hecho hecho está, dicen por ahí, pero él
dice que no, que lo hecho hay que matizarlo y definirlo en
consecuencia.
“¿Por qué no rarito que suena
mejor, o tierno que tiene muchas más lecturas, o bisexual -a dos
bandas- donde pueden darse muchas de cal y alguna de arena?”,
porque sólo ha sido alguna de arena, y tal vez para calmar esa
curiosidad que a muchos embarga y ahoga la voluntad, pero no, no, le
llaman maricón, maricón, así de burdo y claro y no le gusta. Y
menos a Pili..., y ¡uf!, a su madre.
Le presento, se llama Luis, Fernández
si viene al caso; y su amigo Oscar, marido de su prima. Diez, quince
años conociéndole y era su prima Manoli y sus pechos promiscuos
la/los que abanderaban su morbo y su ansia. Ella, sus pechazos sobre
todo, le siguen gustando, no así su manera de hacer el amor,
maquinal, como ausente, como quien te presta lo que tiene mientras
echa una cabezadita o piensa en los avatares del día.
Siempre ha dicho que las mujeres
(nuestras parejas) tienen mucha culpa de las bifurcaciones que
exploramos, y son quienes firman la autoría de nuestro carácter,
y es que nos convierten, en general, (él se cuenta, y Oscar, y
muchos más que conoce) en fieles animales de compañía o
depredadores sexuales, al gusto, antes de despegarnos de su lado con
buenas maneras o a zapatillazos. Que salvado el éxtasis pre-boda
vallan su espacio protegido, y nos construyen una garita en la
puerta para montar guardia con el carrito de sus necesidades.
“Así
nos convierten en pollas, en recaderos, en carteras repletas de
billetes, en esponjas absorbe todo sin opción a la réplica, entre
un sinfín de cosas. Dirán que son casos extremos, ya,
que a ustedes eso no les ocurre, que a lo mejor a mí me ha tocado la
china (o la breva), puede ser. Yo puedo decir que mi Pili es muy
suya, que a mí me quiere para todo, para todo lo que ella quiere,
salvo algún puntual regalo”.
Y forzosamente, dice, llega el
despegue, que empieza… pues como empieza todo, no importándole que
vaya fraguando poco a poco un trocito de vida al margen de ella, no
lo niega, libertad gota a gota que le sabía a océano. Y así
aparecieron las cañas en el bar de Jose los domingos por la tarde, y
después los cubatas y el fútbol, y luego las partidas de cartas en
La Gruta Negra, también el desplume, y las putas y sus enjuagues
sistemáticos
-“Se agarran a la faena como yo al trabajo los
lunes-.
Y aturdido de tanto mareo conoció a Oscar, como hombre
porque como marido del putón –la llama-de su prima ya le conocía.
Le conoció como hombre cuando vino a recriminarle que se acostara
abiertamente con su mujer. Hay palabras que se entienden aunque se
digan otras, miradas distintas en los piélagos de las miradas
superficiales de rabia o asco; Luis supo ver todo eso y se
estremeció. Aún hoy lo recuerda y se le pone dura:
“Son esas
cosas que no tienen explicación razonada, que te empujan como un
ciclón a tu espalda, que ciegan y entierran nuestra escala de
valores, que abre una puerta que nunca habíamos visto, ni
siquiera pensado”.
Luis, la verdad y de corazón, sólo había
sentido curiosidad por esas vergas descomunales que salen en las
revistas del gremio soñando con esa hermosa posibilidad para
satisfacer e impresionar a las decenas de coños, alardea, que
pueblan su agenda, para despertar de su hipnosis a esas mentes de
espasmos rutinarios macizándoles sus huecos inertes con poderío.
“Es el sueño de cualquier macho algo cortito, no demasiado,
dice mi Pili, aunque yo sé que no, que no llego a donde ella
necesita, que no grita como me han dicho que gritan otras, pero es lo
que hay, lo que tengo”.
Hasta que le mandó a esparragar los
domingos por la tarde había echado tierra a sus defectos y se
conformaba con lo que le ofrecía (nada de lustre, bien mirado), y
pensaba que ella hacía lo mismo con sus limitaciones, pero no, claro
que no, era idiota y confiado. Ella necesitaba las tardes de los
domingos para desmelenarse. Sabe de buena tinta que en las reuniones
en casa con sus amigas le daban la vuelta a la tortilla con toda
clase de artilugios mecánicos y con un miembro natural, el de un
vecino viudo entrado en años y que se colaba de rondón. Así empezó
la insidiosa a no poder pasar sin un polvo sonado a la semana con el
primer guaperas que se le pusiera a tiro mientras Luis discernía
entre tal o cual opción hasta que tropezó con Oscar. Un juego de
domingo que asaltó a cuchillo al resto de la semana. No pudo
evitarlo. Prefirió la verdad cruda a la mentira con aderezo. Nadie
le había enseñado a amar a alguien de lunes a domingo por la mañana
y a otra persona el domingo por la tarde, a abrir y cerrar los
sentimientos con una compuerta. Ahora ama a ésta, ahora ama a éste.
No sabe amar así y menos a una Pili compartida aunque ella le repite
lo contrario. Con toda naturalidad le dice que esto es sólo un
juego, un relax necesario, como dormir o comer. Luis está
convencido que su Pili es un putón verbenero y no quiere ni
pensarlo. Y se irrita. Y vuelve a pensar en Oscar:
“¿por qué,
dirán?, ¿por qué no con una mujer?, no sé, me gustan, me he
acostado con muchas y lo seguiría haciendo, sólo que con Oscar es
otra cosa. Él es, como yo, un perro apaleado, un almacén de cariño
con las puertas tapiadas, un toro rabioso con los cuernos romos”.
Y ocurrió.
Se cornearon mutuamente, se abrazaron y
besaron como si les fuese la vida en ello.
“Me penetró,
le penetré como si nos claváramos un puñal que nos destrozara las
tripas”.
Y al rato, desnudos boca arriba sobre la cama fue
cuando empezaron a hablar y a conocerse, a buscar sus manos y
apretarlas con ternura. ¡Un hombre!, recuerda que suspiró, ¡le
había penetrado un hombre!, ¡había penetrado a un hombre!, y se
sentía feliz, y no le importaba nada. El concepto hombre o mujer
pasó a un segundo plano, atascada la lógica establecida y a todas
luces razonable. No es que pensara que algo se había roto, que algo
hubiera muerto y a la vez nacido porque no tenía por qué ser
radical.
“Ya he dicho que me excita una mujer si llega el caso,
no soy un monstruo, ocurrió y no me arrepiento. Volvimos a hacerlo,
lo hacemos, seguiremos haciéndolo. Nos queremos, es lógico”.
Pero ahora tiene que enfrentarme a ser
un maricón y eso es muy fuerte, enfrentarse a su Pili, bien como
recatada esposa o como puta de domingo, enfrentarse a su madre,
cincuentona, viuda, una joya de madre, entregada a la liturgia y a
los rezos toda la semana salvo los ratos que come o duerme.
“Menudo cuadro para enmarcarlo”.
Y eso no es todo porque la palabra maricón con el viento a favor es
como fuego en un pastizal. Ha llegado a oídos de su jefe, un devoto
entusiasta, y apelando a la crisis le ha echado a la calle de una
patada en el culo. De nada hubiera servido decirle las veces que se
ha acostado con su mujer, y con su hija, que esto hasta beneficia a
su cornamenta en cierto modo, pero no, no, ha preferido callarse. Y
en casa su Pili le ha montado el pollo.
“No es lo natural,
Luisín, no, no y no. Están los cánones, la ética… -balbuceaba
de modo capcioso- ¿cómo voy a tocarte ni un pelo así? ¡es que me
da algo que yo qué sé…!”
“¿Así cómo?, le preguntó, se
preguntó, Luis, pasmado”.
Tuvo que irse.
“Sólo por un
tiempo, tonto, le dijo la Pili frotándose las manos”.
Su
madre no le abrió la puerta. Un Padre Nuestro y un Ave María tras
otro la escuchó murmurar con el ojo clavado en la mirilla.
“¿Dónde
está la tolerancia? ¡mucha teoría, eso sí! ¡qué asco de mundo!
– berreó durante un buen rato”.
Mundo que empezaba a
cerrarle puertas y más puertas en las narices. Entonces se paró a
pensar. Y no tardó en suspirar, y atraer a Oscar. Su imagen llenó
el vacío que sentía, pero no todo ya que pululaba con total
libertad el absurdo de la situación creada. ¿Y ahora qué
hacer? Buena pregunta, se pregunta. Porque Oscar le ha dicho que
lo de dejar a su mujer ni de coña. Lógico, ya que ella es la única
que trabaja y desea seguir dejando lo de doblar la raspa para sus
encuentros esporádicos.
“Así no cansa, Luis, además que lo
tuyo sólo es una raya en el agua, que soy muy macho, como
tú”.
El como tú le retumba en la cabeza y rechina.
“Cómo
tú, cómo tú, macho sí, pero sólo a medias, o sea maricón, grita
en mitad de la calle asegurándose antes de que no hay nadie”.
No puede creer que esto le esté pasando a él. Hace nada tenía un
buen trabajo, una recatada esposa, una prima liberal, no tiene
hijos,
“ni ostias, sentencia”,
aunque esté sin un duro,
al menos eso es lo que su Pili le recalcaba de vez en cuando. En fin
yo ya me callo. Dejo a Luis cavilando desde su indigencia laboral y
conyugal, y casi sexual, al tiempo que busca una caja grande de
cartón donde pasar la noche.
“¿Maricón, y por que no rarito,
blandito o bisexual?”
(2011)