(Imagen de la red)
La
propia vida resbala
a
ser infinita noche
porque
es tiempo de caída
y
de cobijarse el pobre.
Por
los siglos del instante
despierta
el ayer del hombre
si
el presente es una losa
donde
el mañana se esconde.
Desolado
yace el ánimo,
la
quietud muestra sus dones,
sangra
la sangre que abunda
y
enrojece el horizonte.
En
cuerpos de la inocencia
la
amenaza cruda rompe
a
dentelladas los sueños,
hasta
el último resorte.
Va
mitigando su frío,
ya
son mas tenues las voces
del
sentimiento de culpa,
para
colmo nuestro azote.
Aún
en edad temprana
se
avecina la hecatombe,
viejo
para renacer
y
para el ocaso joven.
Solitarias
nubes quietas
que
agonizan sin adonde,
las
imperceptibles víctimas
que
el sistema ya no acoge.
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