Que
Feliciano no era feliz lo sabía hasta por sus días más felices. Y
tan empecinado estaba en conseguirla que la ascendía y ascendía
hasta su cumbre más aguda y siempre acababa con la misma sensación
de vacío y soledad.
“Feli,
se decía, ha de haber algo más allá, algo que pueda mantenerla
firme y constante, otro tipo de felicidad que no nos abandone nunca”.
No
podía pensar que llegase tan natural, tan como si no ocurriese nada,
y que, tras disfrutarla unos momentos con el corazón, le llenase el
alma, y se alejase sin más, sin poder retenerla.
No
podía ser tan esquiva, tan generosa y abierta, y de pronto dar la
espalda y desaparecer, sin un adiós,sin un ahora vuelvo. Y Feliciano
lo llevaba muy mal. Él se sentía feliz, estaba casado, tenía dos
hijos, niño y niña, preciosos, un casa en un lugar tranquilo, un
trabajo de funcionario, y en su entorno reinaba la cordialidad y el
esparcimiento. Él era abierto, dócil, y se mecía en un mar que
poco enturbiaba la vida oscura y farragosa.
Tan
a gusto estaba que cuando notaba un mínimo freno en su felicidad, un
mínimo descanso, rabiaba. Y saltaba todo por los aires cuando
ocurría algún imprevisto y la huida era siempre inevitable.
Tenía
claro que la felicidad debía estar, residir en cualquier parte, en
un palacio de ensueño, y que celosamente mantendría en secreto. Un
lugar no muy lejano, pues si se lo proponía llegaba con rapidez:
tomando una copa, jugando con los niños, haciendo el amor a su
Maruja; aunque efímera, demasiadas veces, pero como algo muy suyo,
algo que englobaba a todo lo suyo, y que ya necesitaba solo para sí.
Maruja
ya llevaba tiempo observándole, viéndole abstraído, y temiendo lo
peor.
Claro,
¿por qué no? -le responde.
Pero...,¿eres
feliz todo el tiempo?
¿Por
qué no, chiquillo -le arrulla mirándole a los ojos- no nos falta
de nada, estamos sanos, nuestros hijos también, la felicidad es
eso.
La
felicidad va y viene, y mientras tanto hay una vida en la que no
aparece, como si no existiera- exclama Feli mirando al infinito
Si
estuviese siempre sería empalagosa, ¿no crees?
¿Empalagosa?,
¿empalagosa? -vocea alterado- ¡si el objeto de la vida es ser
feliz!, ¡si ese es su único sentido!, ¿como puede ser empalagosa?
Tranquilo,
león -le dice Maruja acariciando su hombro- la vida es lucha y
desasosiego, y la felicidad vuelve cuando se van venciendo los
momentos duros.
No
estoy de acuerdo -brama Feli, todavía irritado- Si no se marchase
esos momentos no pasarían, ¡jamás sufriríamos por nada!,¡incluso
el sufrimiento sería feliz!, ¡se aceptaría como parte de la
felicidad!
Maruja
se cansa,y le sale lo que lleva dentro:
Él
la mira y sonríe.
Maruja
esboza un gesto agrio, y él la besa.
Te
quiero, pero ¿sabes?,también quiero ser feliz plenamente.
Y
lo eres, ¿no te das cuenta?
No,
Maruja, plenamente no. No la quiero a medias y cuando le apetezca a
ella. La quiero las veinticuatro horas y todos los días de mi vida.
Maruja
se enfada. Como broma le molesta.
Debería
verte un médico -le dice.
Voy
a ir a buscarla, Maruja -sentencia Feli, muy serio.
Estás
loco -grita Maruja con enfado, y se marcha con aspavientos.
Esa
noche, Feli, no podía dormir. Maruja no le permitió rozarla
siquiera, y vagaba por lugares oscuros y vaporosos. Sudaba, pero más
por nerviosismo que por este calor premioso que ya anunciaba el
verano. Y no lo pensó . Echó a la mochila algo de ropa, una botella
de agua, cogió algo de dinero, besó a los niños que dormían y
saltó a la madrugada.
Feliciano
vivía en las afueras de la ciudad, pero desechó la idea de irse en
coche. Sabía que no sería una búsqueda cómoda,y que la hallaría
donde menos pudiera imaginar. Seguro que, como inicio, donde la
felicidad más pudiera estar ausente.
Hacía
una noche infame, de un sopor molesto e irrespirable. Recorrió más
de un kilómetro por las aceras de varias urbanizaciones, rozando
setos y ladridos. Y se dirigió al centro, a un barrio por el que no
pasaría ni en coche, cuna de droga y prostitución.
Miraba
en las primeras casas los signos evidentes de dejadez y pobreza,
cuando una sombra le sacó de sus temblores y dudas. Sombra de un
hombre orondo, bajito, de mediana edad y que intentaba escurrirse en
el anonimato. Pero Feliciano le frena.
constante?
Benitez
se rasca la cabeza.
se
vaya como algo normal.
Benitez,
entre las sombras, se acerca a la tibia luz que desprende una farola
para
verle bien la cara.
fondo
de la calle, perdida en lo oscuro. Luego regresa unos segundos
para
mirar a Benitez, y susurrarle- Busco estar cien por cien feliz, no
creo
hacer con eso daño a nadie.
Benitez
resopla. Pero empieza a interesarse por el tema. Conoce bien a Feli
y
sabe que detrás de esta aparente idiotez debe haber algún trasfondo
lógico,
puede que alguna sana aventura.
pero
se repone- Pero tengo claro que no voy a consentir ni una sola
vez
más que me deje tirado.
viene...
Pero...,
chico, a ver -cavila Benitez- Vives como un marajá, no te falta de
nada, me consta saberlo. Y no entiendo ni jota. La felicidad come
de tu mano. La tienes a tu gusto. Si te hablase de la mía
fliparías, si ya solo la noto cuando vengo a casa de la Juani y me
cepillo a alguna nueva, como hoy a Bumba. Que, por cierto, es
impresionante, tío -y la describe haciendo gestos ostentosos.
Una
africana, recién llegada de sepa Dios. Una mujer culta, maestra de
escuela, con la que, después de eso, he estado hablando de mil
cosas súper interesantes, como conociéndonos de siempre. Maestra,
y mira como acaba. Y para colmo la Juani la ha echado. Ha entrado al
cuarto gritando que eso es un negocio, de trabajo rapidito y no un
lugar de charla, y que había clientes que se habían marchado. La
ha echado y yo me he ido con ella. La he dejado en un parque. No
tiene donde ir, la pobre.
Feli
no puede creerlo.
Pero,
Feli -responde Benitez con gesto agrio- solo faltaría..., tengo
ex suegra, ex mujer, ex hijos, ex trabajo. Es una tía estupenda,
pero estoy tieso, ¿qué podría yo hacer por ella?
Al
decir esa frase, el rostro de Feli se ilumina. “Se sentiría
feliz”, le martillea en el oído.
El
parque “El alcubón” es un nido de víboras diurnas en el que no
cabe el juego de un niño. Feli lo recuerda de pasada, de circundarlo
con el coche y de cuando su padre le advertía que jamás pusiese sus
pies en él. Un lugar tabú que no ha tenido la necesidad de
descubrir nunca.
Y
en él se adentra entre setos y bajo oscuridades extremas, con la
mirada intermitente, entre algunas ventanas de alrededor con las
luces encendidas y televisores a todo volumen, y el interior de aquel
laberinto sinuoso que, como una selva en su arbolado y suelo de
montañas de desechos, es ideal para todo tipo de intimidades y
comercio.
Benitez
va delante. Intenta recordar donde dejó a Bumba hace un rato. Feli
le sigue con el corazón varado metros antes, pero con esos pasos
extra que su interior empuja con ánimo emergente.
Bumba
duerme. Feli la observa unos segundos. Recrea la mirada en una mujer
negra de muslos explosivos y senos flácidos, en un rostro curtido
por la vida en guerra.
Ella
da un salto felino y hace gestos de defensa con los ojos aún
cerrados.
Bumba
se recuesta.
profundo
sueño- ¡dejadme en paz, tarados!
gustaría
hacerla feliz.
Bumba
salta como una gata salvaje, y ríe a carcajadas.
y
se lo ofrece.
Bumba
recela. Retrocede unos cuantos pasos. Benitez intenta tranquilizarla.
buena
gente.
Bumba
coge el billete que le extiende Feli, lo mira como si fuese falso o
una
broma, y sigue con los brazos extendidos sin dejarles acercarse.
Bumba
delira, gambetea, hace ademán de marearse.
reírse
de la negra?
Por
favor, Bumba, tranquilícese, y siéntese, por favor -le pide Feli.
A
regañadientes, se sienta.
no
busco eso de ti, sino solo tu felicidad, y la mía. -Feli cambia el
gesto
y añade su sempiterna pregunta- ¿Eres feliz?
Bumba
alza la vista y responde con sarcasmo:
¿Feliz?,
¿qué es eso? No recuerdo haberlo sido alguna vez. Quizá cuando me
casé..., di a luz a mis dos niños..., y nunca nadie me ha regalado
nada. Debería rechazar este dinero, o ganármelo.
No,
no, es tuyo, de corazón – dice Feli, y continúa con la mirada
perdida en lo oscuro- Yo creo que tú y yo hemos hecho lo mismo. Tú
un buen día abandonaste tu casa buscando una nueva vida, a la
felicidad, en suma, y yo acabo de abandonar la mía buscando ser
feliz plenamente...
Pues
a mí me deja un vacío enorme cuando no la siento cerca –
continúa Feli con los ojos algo llorosos- Sobre todo en esos
momentos en que nada de lo que tengo me satisface, en ese más allá
que no alcanzo ni rozo, y es en esos instantes cuando esa felicidad
que me falta copa el protagonismo de todo mi deseo, de toda mi
ambición, de todas mis ganas de lucha.
Bumba
ríe con ganas y le espeta:
Feli
queda pensativo. Se sienta al lado de Bumba, y mueve la cabeza sin
decir una palabra. Luego susurra:
Pero
yo en mi corazón no tengo a nadie. Estoy seguro.
Tienes
a la felicidad -dice Bumba- A esos pequeños lunares que van
conquistando al resto de tu vida. Buscas la felicidad porque no
amas. Tú quizá no estás convencido de eso pero sí tu
subconsciente. Tú tan solo buscas el amor, y estás enamorado,
aunque físicamente no tengas a nadie.
Te
dije que era maestra -dice Benitez, alardeando de haberla conocido,
luego vuelve a rascarse la barba- ¡Qué lío!
No,
corazón, no lo es -sigue Bumba- Yo no soy feliz, ni me interesa
estarlo, porque yo no amo ni quiero amar a nadie. Mi marido y mis
dos hijos murieron en el viaje. Mi felicidad murió con ellos.
¿Estoy
entonces enamorado de la felicidad? -se pregunta Feli con balbuceo-
No puedo creerlo. Quiero a mi Maruja, a mis hijos, a mi trabajo, a
mi vida, pero algo se viene abajo, se rebela.
Me
estás dando la razón -dice Bumba.
¡Madre
mía! -exclama Benitez, pensativo- A mí me echó mi mujer de casa,
no tengo hijos, cobro del paro una miseria, pero... -señala a
Bumba- tú me has hecho hoy feliz.
No
confundas el tocino con la velocidad -sonríe Bumba- Amor me has
dado poco, so bestia.
¡Vaya
tres! -sonríe al fin Feli, y confiesa- La verdad es que hay una
Angelita que...
Ya
nos vamos entendiendo, je,je -ríe Bumba, y le aprieta el hombro.
Puedes
dormir en mi casa esta noche, je,je -se ofrece Benitez.
¿Los
dos? -sigue riendo Bumba.
Feli
escurre una lágrima. Los tres se abrazan sin apreturas.