Necesita
latir el corazón
en el roce
más leve de los ojos
sobre el
alma que traza el cuerpo amado
para ser el
que lleve el cielo al hombro.
Necesita en
la sangre una sonrisa,
una voz que
penetre por los poros
para huir a
caballo al horizonte
trotado en
el oído cuerdo y loco.
Es quién
toma las riendas del destino
cuando el
tiempo tiene el silencio roto
y en su cuna
el espacio se comparte
con el
triste rugir del mar de fondo.
Él es el
rey que sesga con su espada
al latir por
latir del acomodo
cuando
vuelve a ser canto en las esquinas
con la
indigencia en flor, perdido y solo.
Necesita
sentir su paz más niña
atada a un
beso para ser de oro,
necesita
abrazar en un abrazo,
ser de la
carne erguida o sus escombros
para reinar
por siempre sangre adentro
en los
mundos de dos como un tesoro.
Así, ante
el verso, el viento que no ruge,
ante el mar
con la calma en los esbozos,
ante el
fuego cercado por el humo
le toca
recobrar su faz de lobo
con la luz
natural que sabe a vida
con la
conciencia alada, el alma al rostro
aunque le
siga obrando lo perdido
en un latir
frugal de golpe romo
si ya no hay
paso atrás cuando hace frío
y el
invierno es el dueño poco a poco
del sentido
más simple del amor
que es
arder, respirar dentro del otro.